Liderazgo y directivas
Un propósito bien definido hace posible el liderazgo.
La ausencia de propósitos bien definidos hace posible la
manipulación.
El liderazgo tiende a ser un tema de gran interés. Y tal vez sea uno
de los conceptos más confusos. Acerca del liderazgo se dicen muchas
cosas pero, casi obviamente, se omite sistemáticamente el hecho de
que el liderazgo en una organización debe basarse en la habilidad
para dar e implementar directivas.
Que un individuo tenga carisma, inteligencia emocional, creatividad,
fama, autoridad, prestigio, chispa estratégica, afinidad y
compromiso con los intereses del grupo, etcéteras varios, no le
transforma necesariamente en un líder. El quid de la cuestión del
liderazgo en las organizaciones permanece intacto: el requisito
necesario y elemental es la habilidad de impartir e implementar
directivas. Sin esto, el rol de líder no se puede sostener. Puede
ser polémico, pero es la pura realidad.
Es muy cierto que pareciera ser que cada vez es más difícil
establecer la aceptación de "autoridades". Pero no es tan cierto que
la dificultad esté dada por una supuesta racionalidad que evoluciona
hacia la "horizontalidad sinérgica". Tal vez podamos imaginar
una organización que opere exclusivamente en base a una misteriosa
comunión de mentes, ideas e intereses. Si las abejas tienen algo
parecido a una inteligencia colectiva tal vez podamos imitarlas
pero, aunque todo es posible, dudo mucho que las organizaciones
humanas saquen provecho de ello.
¿Para qué sirven las directivas en una organización cualquiera? Para
establecer coordinación de funciones y actividades. En una
"organización" sin directivas reina el desacuerdo y la confusión. En
toda organización se supone que hay más de una persona operando. Si
son de igual rango (la mentada horizontalidad) y tienen funciones y
propósitos diferentes, entrarán rápidamente en conflictos y
desacuerdos ante la ausencia de directivas que seguir. Esto es
completamente obvio y análogo a la necesidad de leyes, normas,
códigos, contratos, jueces, etc.
Y aquí viene algo que puede sorprender: en cualquier organización,
sin directivas, no hay bienestar emocional. No habrá buena afinidad
entre los individuos, habrá desacuerdos, la comunicación estará
enferma o no existirá realmente. Y si los individuos están en
desacuerdo, dejará de ser evidente para unos lo que estén haciendo
los otros, lo que se proponen los otros y, por si fuera poco, al no
tener “reflejos” de los otros dejarán de estar seguros acerca de lo
que ellos mismos estén haciendo.
El verdadero liderazgo siempre es una conducción basada en ser
claro, categórico, inequívoco, decidido, firme, enérgico, decisivo.
Una organización así guiada tiene mejores posibilidades de mantener
acuerdos entre los individuos. Sin directivas, los individuos de una
organización fácilmente entran en desacuerdos entre sí, son menos
productivos, y la organización no prospera. Las directivas
categóricas, dadas correctamente, y orientadas claramente hacia un
objetivo visualizable, se necesitan en cualquier organización para
que pueda crecer y prosperar. Y, por mal que nos suene, muchas veces
las malas directivas son algo mejor que no tener ninguna.
Por supuesto, todo líder verdadero tiene habilidad para mantener
funcional la distancia que pueda haber entre las directivas que
emite y la aceptación de los individuos de la organización para
seguirlas. El buen liderazgo se basa en esta habilidad de emitir
directivas y obtener aceptación; no obstante, nunca coloca a las
directivas por debajo de la "popularidad" que pudieran tener.
Siempre trabaja en función de un plan, resulte popular o no.
Ocasionalmente, en cuanto a sustitutos del liderazgo real, se tienen
como fundamentales a otras cualidades y elementos, como cuando se
perfila a un actor o a un deportista famoso como candidato a
dirigente político. Seguramente, todos conocemos situaciones así.
El liderazgo clásico no es muy esotérico ni complicado, más bien es
simple. El misterio y la complejidad en torno al tema tal vez
dependen más de intereses que de la confusión. Lo cierto – y casi
tema tabú - es que si seguimos subordinando la habilidad de liderar
al carisma y la popularidad, el círculo vicioso que generamos
difícilmente termine en evolución.
Patricio Jorge Vargas
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