Reducción de las comunidades a masas
por vía de asedio interior
La reducción de un grupo social a mera masa se logra
con relativa facilidad mediante un tipo solapado de asedio interior.
Si se cerca a un grupo humano y se lo acosa desde fuera, se le insta
a cerrarse sobre sí e incrementar la cohesión de sus miembros. La
resistencia que éstos ofrecen a dejarse vencer resulta prácticamente
invencible. Invencible, porque las personas cohesionadas entre sí
forman una estructura, una unidad constelacional, en la que todos
los elementos se hallan entretejidos, se sostienen unos a otros,
instauran un orden vivo, flexible, resistente. Al estar dotada de
tal energía y solidez, la comunidad humana resulta inexpugnable,
pues las diversas formas de hostilidad exterior no hacen sino
potenciar las virtualidades defensivas de la misma.
Todo tirano, toda persona o grupo afanoso de poder a cualquier
precio percibe claramente que lo más eficaz, aunque no lo más
rápido, es sustituir el asedio exterior por el interior. Éste
consiste en desvincular a tales personas de cuanto fomenta su poder
creador. Una persona creativa funda modos elevados de unidad con
otras personas, con instituciones, con el pueblo y el paisaje, con
obras culturales, con diversos valores... Estos modos relevantes de
unión crean tramas de vida comunitaria y otorgan a ésta tal firmeza
que la hacen impermeable al acoso exterior. Ahora bien, esa eficacia
creativa pende de la vinculación del hombre con las realidades del
entorno. Y esta vinculación es proyectada, sostenida e incrementada
merced a la capacidad de descubrir los valores, entusiasmarse con
ellos y asumirlos activamente en la propia vida como impulso,
sentido y meta de la misma.
Las experiencias de vértigo anulan la creatividad
La pregunta es ahora ésta: ¿De dónde arranca esa sensibilidad del
hombre que le hace abrirse a la revelación de los valores, escuchar
su apelación, volverse receptivo a la misma, vibrar con su
excelencia, sobrecogerse ante su grandeza? Procede de su actitud
inicial de generosidad, que lo dispone para realizar experiencias de
éxtasis o de encuentro.
Para tornar al hombre insensible a los valores, debilitar sus
convicciones éticas, ahogar sus ideales y amenguar al máximo su
capacidad de fundar modos valiosos de vida comunitaria, la vía regia
-siniestra pero eficacísima- es fomentar en las gentes las
experiencias de vértigo. Éstas exaltan al principio, prometen una
conmovedora y rápida plenitud, y vacían al hombre por dentro. La
impresión de ser succionado por el vacío que experimentamos al
vernos privados de cuanto nos lleva a plenitud constituye el vértigo
espiritual.
El proceso de vértigo deja al hombre sin defensas interiores frente
a las diferentes formas de seducción que moviliza el manipulador.
Por eso el fomento de las experiencias de vértigo es la forma
radical de manipulación, la raíz de todas las demás, la que las hace
posibles y rentables.
Nadie en una democracia debiera ignorar que el fomento de las
experiencias de vértigo o fascinación y la concesión de amplias
libertades para realizarlas significa un incremento de la libertad
de maniobra en cada persona pero es, a la vez, el medio más
expeditivo para someter los pueblos a servidumbre espiritual.
Cómo se destruye la creatividad y la vida comunitaria
Si el hombre se abre espontáneamente a las realidades que le rodean,
aprecia su valor y escucha sus invitaciones a colaborar, tiende por
ley natural a formar agrupaciones, comunidades, sociedades. A medida
que vive de forma comunitaria, advierte que, al hacer juego con
otras realidades, descubre y acrecienta el sentido de ellas y el de
sí mismo, y todos conjuntamente hacen surgir realidades nuevas de
gran valor. Ello le insta a seguir perfeccionando la unidad creada e
instaurar formas nuevas de unión. De este modo, el ser humano se va
perfeccionando al tiempo que colabora a perfeccionar a quienes
entran en relación de trato con él.
Cuando nos encaminamos por esta vía creadora de unidad, adquirimos
una energía espiritual creciente, la que se deriva del modo de vivir
comunitario. El que desee desmantelar esta vida comunitaria no tiene
más que una vía: cambiar nuestra orientación, conseguir que no nos
dirijamos hacia los valores y su realización en la propia vida, sino
hacia la reclusión en nosotros mismos y nuestras apetencias
individuales, de forma que nos acostumbremos a elegir en cada
momento con vistas a obtener gratificaciones inmediatas, no en
función del ideal de la unidad.
Este cambio de orientación decide el paso del éxtasis al vértigo, de
la construcción a la destrucción. El manipulador dispone de astucia
suficiente para persuadir a las gentes de que la saciedad que les
procuran en principio las experiencias fascinadoras equivale a la
plenitud personal que sólo pueden otorgarles las experiencias de
encuentro. Para realizar esta tergiversación destructiva, el
demagogo manipulador no tiene razones que aducir. La razón está en
contra suya. Por eso prescinde de la razón, y procura astutamente
que nadie la ponga en juego de modo lúcido. Para ello
-
fomenta un estilo de pensar y de hablar superficial,
banal, incoherente, no ajustado a cada uno de los modos de realidad;
-
tacha de no progresista, anticuado y retrógrado a
quien se cuida de pensar y expresarse de modo preciso;
-
propaga a través de mil ardides una actitud hedonista
ante la vida, que sigue la ley del menor esfuerzo y provoca la
entrega a experiencias de fascinación o vértigo que enceguecen para
los valores;
-
ataca como irreal y fantasmagórica la convicción de
que la vida humana auténtica sólo se configura cuando se persigue un
gran ideal.
Estas medidas y otras afines no tienen sino una meta:
dar un giro total a nuestra vida y llevarnos a la autodemolición
espiritual. Sopesemos bien esta observación, porque es una clave
para entender mil fenómenos preocupantes de la vida actual y tomar
medidas eficaces en orden a conservar nuestra libertad interior, es
decir, nuestra capacidad de elegir en virtud de un ideal sumamente
valioso.
Si consigue el demagogo que las personas que integran una comunidad
-familia, escuela, colegio profesional...- operen ese cambio, la
vida comunitaria de las mismas pierde cohesión, se disuelve y se
convierte en un montón amorfo de individuos aislados: una mera masa.
La vida masificada se opone a la vida comunitaria.
Una comunidad es un conjunto de personas que comparten convicciones
éticas sólidas, ideales elevados, aficiones creativas. Cuando una
persona colabora con otra a realizar algo valioso, establece con
ella un vínculo sólido, fuerte, íntimo. La participación en lo
valioso se traduce en comunión personal. La comunión es un modo de
unidad muy hondo que supera notablemente en calidad a toda forma de
yuxtaposición tangencial, por intensa que ésta pueda parecer.
Es inmensamente útil para nuestra formación comprender bien en qué
consiste la unidad y sus diferentes modos. Hemos destacado el modo
altísimo de unidad que es la comunión interpersonal. Para lograr
esta forma de unidad, debemos participar en algo que tenga un gran
valor. Tal participación exige apertura de espíritu hacia todo lo
egregio y una actitud de generosidad y humildad que evite la
crispación del yo en sí mismo.
Las diferentes personas se aúnan a través del común aprecio a algo
relevante que las atrae y suscita su admiración desinteresada y su
voluntad de participar activamente en ello, asumiéndolo como impulso
de su obrar. Esta orientación espiritual hacia lo que ofrece
posibilidades creativas acrecienta el amor auténtico. Bien dijo
Saint-Exupery que "amarse no es mirarse el uno al otro; es mirar
juntos en una misma dirección". El amor más profundo se genera
cuando la mirada común se dirige hacia algo muy valioso.
El individualismo egoísta deja al hombre desvalido
Ahora comprendemos perfectamente por qué la tarea del manipulador es
procurar de forma solapada que cada persona no se enamore de los
valores, en los que puede participar a una con otras personas, sino
de su propia figura, y muera anegado en las aguas al intentar
agarrarla y poseerla, como sucede en el mito de Narciso. El hombre
preocupado sólo de sí mismo se destruye como persona al intentar
poseerse, ya que 1) el afán de poseer se opone a la voluntad de
colaborar, que está en la base del encuentro, y 2) las formas de
encuentro que nos desarrollan como personas exigen nuestra
vinculación a realidades distintas de nosotros. Ahora bien. Un
conjunto de personas bloqueadas dentro de sí e incapaces de crear
relaciones de encuentro no constituyen una comunidad sino una masa.
Por estar invertebrado, falto de estructura, todo grupo humano
masificado carece de fuerza cohesiva, de dinamismo y capacidad de
resistencia. Es, por ello, muy vulnerable a todo intento de
disolución. De ahí que el tirano -la persona o grupo que desea
vencer al pueblo sin convencerlo- procure disolver las diferentes
comunidades y grupos que integran la sociedad. A menudo intenta
legitimar esta labor masificadora con el pretexto de que el
"corporativismo" debe ceder el puesto al "igualitarismo". Confunde
estratégicamente igualdad y desintegración, la retirada de
privilegios y la anulación de las estructuras.
En general, puede afirmarse que toda persona o grupo afanoso de
poder tiende a destruir en la sociedad las formas de encuentro y de
unidad más valiosas. Esa destrucción es una palanca poderosa para la
conquista arrolladora de los pueblos.
Conviene sobremanera advertir que actualmente se está llevando a
cabo una forma de revolución solapada y radical, consistente en
derruir por dentro las instituciones y comunidades. El medio para
conseguir este propósito destructivo es enfrentar a comunidades e
instituciones con una marea de individualismo insolidario. Esta
actitud desarraigada crea paulatinamente un clima adverso a toda
forma de auténtica creatividad y unidad. Es un clima de
permisividad, que reduce la unión matrimonial a una mera opción
entre varias formas de cohabitación posibles; de pluralismo
ideológico, que anula la unidad espiritual en los centros escolares;
de igualitarismo revanchista, que inspira actitudes de resentimiento
hacia quienes pertenecen a una institución o clase altamente
cualificada; de lucha de clases, que disuelve por dentro la unidad
de grupos en principio bien estructurados; de desarme moral, que
fomenta la entrega a experiencias de vértigo, que no fundan unidad
porque hacen imposible el encuentro.
Este clima individualista fomenta unilateralmente la libertad de
maniobra. El manipulador entorna los ojos y considera esta forma de
libertad como la única y la modélica, e intenta que los demás
practiquen ese mismo tipo de reduccionismo. Si lo consigue, mina de
raíz su voluntad de fundar modos valiosos de unión y vinculación.
Con ello pone las bases para dominarlos.
Pero ¿es posible que las gentes acepten semejante tergiversación? Lo
es si adoptan la actitud egoísta y posesiva que el demagogo
manipulador presenta como propia de las personas dueñas de sí
mismas, autónomas y plenamente libres.
Narciso perece al querer poseerse
Conviene sobremanera meditar el mito de Narciso, que, como todos los
grandes mitos, es fuente de sabiduría. Narciso se enamora de su
propia imagen, que ve reflejada en las aguas de una fuente, y se
deja fascinar por ella y quiere poseerla. Arrastrado por su voluntad
de dominio, se lanza al agua, es llevado por la corriente y perece
ahogado. Al buscarse a sí mismo, el hombre se deja seducir por su
propia figura. La persona seducida queda empastada con la realidad
seductora, al modo como el ahogado se fusiona con el agua que lo
anega. El anegamiento de Narciso en las aguas que lo atraen mediante
el señuelo de su encantadora y arrebatadora figura es la "imagen"
simbólica de la asfixia lúdica, la incapacidad de hacer juego y
vivir creativamente.
Si se queda a solas consigo mismo, sin abrirse a las realidades del
entorno, el hombre se cierra en sí, no puede hacer juego y se
asfixia, se da jaque mate a sí mismo. Fijar la mirada en la propia
figura no fomenta la auténtica "vida interior", que implica una
relación creadora con realidades valiosas. Al contrario, saca al
hombre de sí, lo enajena, le impide llevar vida normal. La vida
normal del hombre, aquélla a la que se siente llamado por su
naturaleza, es vida de interacción, comunicación, entreveramiento
con todas las realidades circundantes, sobre todo con las que le
ofrecen posibilidades de realizar acciones fecundas, llenas de
sentido.
Al plegarse sobre sí y polarizarlo todo en torno al propio yo, el
hombre provoca un cortocircuito en su vida personal. Esta
interrupción de la corriente que todo lo une y vivifica supone una
especie de embolia que paraliza la vida humana y rebaja al hombre a
un estado casi vegetativo. Nada ilógico que la experiencia de
mirarse fijamente al espejo con una actitud de absoluto relax le
haga sentirse a uno extraño a sí mismo y produzca un sentimiento de
horror, porque altera la marcha normal de las cosas.
"Yo recuerdo -escribe Unamuno- haberme quedado alguna vez mirándome
al espejo hasta desdoblarme y ver mi propia imagen como un sujeto
extraño, y una vez en que estando así pronuncié quedo mi propio
nombre, lo oí como una voz extraña que me llamaba, y me sobrecogí
todo como si sintiera el abismo de la nada y me sintiera una vana
sombra pasajera. ¡Qué tristeza entonces! Parece que se sumerge uno
en aguas insondables que le cortan toda respiración y que,
disipándose todo, avanza la nada, muerte eterna".
Al mirar de forma fascinada la figura del propio rostro en el
espejo, nos fusionamos con ella, no conjugamos la cercanía y la
distancia y no entramos en relación de presencia con ella.
Por eso no captamos su sentido y nos vemos como alejados de nosotros
mismos, extraños y ajenos, de modo que, al oír nuestra voz, nos
parece provenir de fuera de nuestro yo. Esta incapacidad de
reconocernos en nuestra voz y nuestro rostro suscita en nuestro
ánimo un sentimiento de tristeza tan grande como amplia es la
distancia a la que creemos hallarnos de nuestra plenitud personal.
Sartre, en La náusea, expone de forma sobrecogedora que, al querer
unirnos excesivamente con nuestra propia figura, la deformamos hasta
el punto de que desaparece como tal: "Acerco mi cara al espejo hasta
tocarlo. Los ojos, la nariz y la boca desaparecen: yo no queda nada
humano". Al llevar al límite la inmediatez meramente física con una
realidad y no mitigarla con ninguna forma de distancia de
perspectiva, no podemos conocerla, porque no captamos su conjunto,
la relación que tiene con otras realidades, el juego que hace en su
situación. Ello explica que, vistas de esa forma, las realidades del
entorno, incluso las más familiares, se desdibujen y adquieran un
aspecto extraño y temible:
"Veo una carne insulsa que se expande y palpita con abandono. Los
ojos, sobre todo, vistos de cerca son horribles..." "...El conjunto
me da una impresión de algo ya visto que me embota: me deslizo
lentamente hacia el sueño" "Lo que me despierta bruscamente es que
pierdo el equilibrio. Me encuentro a horcajadas sobre una silla,
aturdido todavía".
La superación de la actitud narcisista
Louis Lavelle acertó a destacar en su obra L´erreur de Narcisse el
hondo significado del mito narcisista. Narciso quiere mirar su
figura en las aguas de una fuente que mana sin cesar y, al no
aquietarse, no devuelve nítidas las formas. La meta del enamorado de
sí mismo es convertir la vida bullente en mero espejo.
"Narciso es un espíritu que quiere darse a sí mismo en espectáculo.
Comete el pecado contra el espíritu de querer tomarse a sí mismo
como toma los cuerpos; pero no puede llegar a ello y aniquila su
propio cuerpo en su propia imagen. Esta imagen lo atrae y fascina:
lo aparta de todos los objetos reales y no tiene al fin ojos sino
para ella".
"El crimen de Narciso es el de preferir, en definitiva, su imagen a
sí mismo. La imposibilidad en que se halla de unirse a ella no puede
producir en él más que desesperación. Narciso ama un objeto que no
puede poseer. Pero desde que ha comenzado a inclinarse para verlo,
es la muerte lo que deseaba. Alcanzar la propia imagen y confundirse
con ella, esto es morir".
A mi entender, el error de Narciso consiste radicalmente en
autonomizar la vertiente sensible de su persona, fijar la mirada en
la mera figura y obstinarse fascinadamente en fundirse con ella.
Este apego al halago inmediato frena insalvablemente el impulso que
eleva al hombre a las experiencias extáticas.
Ello explica que Plotino, preocupado en su Enéada primera, apartado
sexto, por conseguir la purificación que permite elevarse
extáticamente a la fuente de toda belleza, haga alusión expresa al
mito de Narciso:
"... Al ver las bellezas corpóreas, en modo alguno hay que correr
tras ellas, sino, sabiendo que son imágenes y rastros y sombras,
huir hacia aquélla de la que éstas son imágenes. Porque, si alguien
corriera en pos de ellas queriendo atraparlas como cosa real, le
pasará como al que quiso atrapar una imagen bella que bogaba sobre
el agua, como con misterioso sentido, a mi entender, relata cierto
mito: que se hundió en lo profundo de la corriente y desapareció. De
ese mismo modo, el que se aferre a los cuerpos bellos y no los
suelte se anegará, no en cuerpo sino en alma, en las profundidades
tenebrosas y desapacibles para el espíritu (...). Huyamos, pues, a
la patria querida, podría exhortarnos alguien con mayor verdad".
Con esta última cita de la Eneida (II, 140) de Virgilio, Plotino
sugiere que el auténtico hogar del hombre debe ser buscado como una
meta. Es la meta de las experiencias de éxtasis o encuentro. Queda
ello de manifiesto cuando aclara a continuación que el hombre ha de
huir de los halagos sensoriales que amenazan con secuestrar su
libertad.
La manipulación más grave afecta a la vida interior
Recordemos el drama personal de Samuel Beckett, Premio Nobel de
Literatura. Luchó bravamente en las filas de la Resistencia francesa
contra los nacionalsocialistas, y celebró con entusiasmo el día de
la liberación. Poco después advirtió que la Europa libre era objeto
de una invasión interior, de apariencia pacífica y benéfica, pero
mucho más peligrosa y difícil de vencer que la invasión exterior que
había padecido.
La imagen desolada que ofrece el hombre cuando es anegado por una
oleada de frivolidad que lo despeña al grado cero de creatividad en
todos los órdenes fue plasmada certeramente por Beckett en Esperando
a Godot. Resulta escalofriante observar que en esta obra apenas
sucede nada, pero presenta un carácter trágico porque los
protagonistas son incapaces de actuar y hablar con un mínimo de
sentido. En la actualidad, las formas más temibles de violencia no
son las espectaculares, las que muestran a las claras todo su
horror; son las que minan de forma paulatina y subrepticia la
capacidad creadora del hombre y lo dejan a merced de los afanosos de
poder.
Si queremos ser en alguna medida libres, debemos saber con toda
precisión de qué modo se lleva a cabo la manipulación ideológica...
Alfonso López Quintás. Extractado de “La Manipulación del hombre
a través del Lenguaje”
Alfonso López Quintás es Catedrático emérito de
Filosofía en la Universidad Complutense (Madrid) y Miembro de la
Real Academia Española de Ciencias Morales y Política
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