Cómo se manipula
El tirano -el que quiere vencer sin convencer-no lo tiene fácil en los
regímenes democráticos. Quiere dominar al pueblo, y ha de hacerlo de forma
dolosa para que las gentes no lo adviertan, pues lo que prometen los
gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad. En las dictaduras
se promete eficacia, a costa de las libertades. En las democracias se
garantizan cotas nunca alcanzadas de libertad aun a riesgo de amenguar la
eficacia. ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo
mientras lo convence de que es más libre que nunca?
Este medio es el lenguaje. Para comprender el poder fascinante del
lenguaje manipulador debemos analizar cuatro puntos: los términos, los
esquemas, los planteamientos y los procedimientos.
1. Los términos "talismán"
El lenguaje crea palabras, términos, y en cada época de la historia
algunos de ellos se cargan de un prestigio especial de forma que nadie osa
ponerlos en tela de juicio. Son términos "talismán", que parecen condensar
en sí todas las excelencias de la vida humana. La palabra talismán de
nuestra época es libertad. Todo término talismán tiene el poder de
prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le
oponen o parecen oponérsele. Hoy se da por supuesto -el manipulador nunca
demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene- que toda forma de
censura se opone a todo tipo de libertad. En consecuencia, la palabra
censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras
independencia, autonomía, democracia, cogestión... van unidas con la
palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de
términos talismán por adherencia.
El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán.
Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no
ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga.
Cuando, en cierto país europeo, se llevó a cabo una campaña a favor de la
introducción de la ley abortista, el ministro responsable de tal ley
intentó justificarla con este razonamiento: "La mujer tiene un cuerpo y
hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él
acontezca". La afirmación de que "la mujer tiene un cuerpo" está
pulverizada por la mejor filosofía desde hace casi un siglo. Ni la mujer
ni el varón tenemos cuerpo; somos corpóreos. Hay un abismo entre ambas
expresiones. El verbo tener es adecuado cuando se refiere a realidades
poseibles, es decir, a objetos. Pero el cuerpo humano, el de la mujer y el
del varón, no es algo poseible, algo de lo que podamos disponer; es una
vertiente de nuestro ser personal, como lo es el espíritu. Te doy la mano
para saludarte y sientes en ella la vibración de mi afecto personal. Es
toda mi persona la que te sale al encuentro. El hecho de que en la palma
de mi mano vibre mi ser personal entero pone al trasluz que mi cuerpo no
es un objeto. No hay objeto, por excelente que sea, que tenga ese poder.
Pues bien, el ministro intuyó sin duda que la frase "la mujer tiene un
cuerpo" es muy endeble, no se sostiene en el estado actual de la
investigación filosófica, y para dar fuerza a su argumento introdujo
inmediatamente el término talismán libertad: "Hay que conceder libertad
a la mujer para disponer de su cuerpo..." Sabía que, con la mera
utilización de esa palabra supervalorada en el momento actual, millones de
personas iban a replegarse tímidamente y a decirse: "No te opongas a esa
proposición porque está la libertad en juego y van a tacharte de
antidemócrata, de fascista, de ultra". Y así sucedió, efectivamente.
Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al
lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras. El ministro no
indicó a qué tipo de libertad se refería, porque la primera ley del
demagogo es no matizar el lenguaje. De hecho aludía a la "libertad de
maniobra", la libertad -en este caso- de maniobrar cada uno a su antojo
respecto a la vida naciente: respetarla o eliminarla. La "libertad de
maniobra" no es propiamente una forma de libertad humana auténtica; sólo
es una condición para ser libre. Uno comienza a ser libre como persona
cuando, pudiendo elegir entre diversas posibilidades, no opta
sencillamente por la que más le apetece en cada momento sino por la que le
permite desarrollar su personalidad de modo pleno. Y ahora preguntémonos:
Una persona que se arrogue una libertad de maniobra absoluta y la utilice
en contra del germen de vida que marcha aceleradamente hacia la plena
constitución de un ser humano ¿se orienta hacia la plenitud de su ser
personal? Vivir personalmente es vivir fundando relaciones comunitarias,
creando vínculos. El que rompe los vínculos fecundísimos con la vida que
nace destruye de raíz su poder creador y bloquea, por tanto, su desarrollo
como persona.
Todo esto se ve claramente cuando se reflexiona. Pero el demagogo, el
tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la
manipulación, opera con extrema celeridad para no dar tiempo a las gentes
a pensar, a reflexionar sobre cada uno de los temas. Por eso no se detiene
nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; lo da todo por
consabido y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión. Ello le
permite destacar en cada momento el aspecto de los conceptos que le
interesa para su fines. Cuando subraya un aspecto, lo hace como si fuera
el único, como si todo el alcance de un concepto se limitara a esa
vertiente. De esa forma evita que las gentes a las que se dirige tengan
suficientes elementos de juicio para clarificar las cuestiones por sí
mismas y hacerse una idea serena y bien aquilatada de las cuestiones
tratadas. Al no poder profundizar en una cuestión, el hombre está
predispuesto a dejarse arrastrar. Es un árbol sin raíces que lo lleva
cualquier viento, sobre todo si éste sopla a favor de las propias
tendencias elementales. Para facilitar su labor de arrastre y seducción,
el manipulador halaga las tendencias innatas de las gentes y ciega en lo
posible su sentido crítico.
Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un
ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer "mágicos" porque
realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe. El demagogo
procede, asimismo, con meditada precipitación, a fin de que las multitudes
no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los
escamoteos más inverosímiles de conceptos. Un manipulador proclama, por
ejemplo, ante las gentes que les ha devuelto "las libertades", pero no se
detiene a precisar a qué tipo de libertades se refiere: si a las
libertades de maniobra que pueden llevar a experiencias de fascinación
-que despeñan al hombre hacia la asfixia - o a la libertad para ser
creativos y realizar experiencias de encuentro, que llevan al pleno
desarrollo de la personalidad. Basta pedirle a un demagogo que matice un
concepto para desvirtuar sus artes hipnotizadoras.
2. Los esquemas o pares de términos
Del mal uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los
esquemas que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y
escribimos, estamos siendo guiados por ciertos esquemas: libertad-norma,
dentro-fuera, autonomía-heteronomía... Si pensamos que estos esquemas son
dilemas, de forma que debemos escoger entre uno u otro de los términos que
los constituyen, no podemos realizar en la vida ninguna actividad
creativa. La creatividad humana es siempre dual; exige nuestra
colaboración con las realidades del entorno. Si pienso que todo lo que
está fuera de mí es distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo
colaborar con cuanto me rodea y anulo mi capacidad creativa en todos los
órdenes.
Una alumna me dijo un día en clase con aire maternal: "No se moleste,
profesor; en la vida hay que escoger: o somos libres o aceptamos normas; o
actuamos conforme a lo que nos sale de dentro o conforme a lo que nos
viene impuesto de fuera". Esta joven entendía el esquema libertad-norma
como un dilema. En consecuencia, para ser auténtica y actuar con libertad
interior se sentía obligada a dejar de lado cuanto le habían dicho de
fuera acerca de normas morales, dogmas religiosos, prácticas piadosas...
Con ello se alejaba de la moral y la religión de sus mayores y -lo que es
todavía más grave-hacía imposible toda actividad verdaderamente creativa.
He aquí el poder temible de los esquemas mentales. Si un manipulador te
sugiere que para ser autónomo en tu obrar debes dejar de ser heterónomo
-es decir, no aceptar norma alguna de conducta que te venga propuesta del
exterior-, dile que es verdad pero sólo en un caso: cuando actuamos de
modo pasivo, no creativo. Tus padres te dicen que hagas algo, y tú
obedeces forzado. Entonces no actúas autónomamente. Pero suponte que
percibes el valor de lo que te sugieren y lo asumes como propio. Esa
actuación tuya es a la vez autónoma y heterónoma, por ser creativa.
Cuando era niño, mi madre me dijo un día: "Toma este bocadillo y dáselo al
pobre que llamó a la puerta". Yo me resistí porque era un señor de barba
larga y me daba miedo. Mi madre insistió: "No es un delincuente; es un
necesitado. Vete y dáselo". Mi madre quería que me adentrara en el campo
de irradiación del valor de la piedad. El valor de la piedad me vino, así,
sugerido desde fuera, pero no impuesto. Al reaccionar positivamente ante
esta sugerencia de mi madre, fui asumiendo poco a poco el valor de la
piedad hasta que se convirtió en una voz interior. Al hacerlo, este valor
dejó de estar fuera de mí para convertirse en el impulso interno de mi
obrar. En esto consiste el proceso formativo. El educador nos adentra en
el área de imantación de los grandes valores, y nosotros los vamos
asumiendo como algo propio, como lo más profundo y valioso de nuestro ser.
Ahora vemos con claridad la importancia decisiva de los esquemas mentales.
Un especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, afirmó
lo siguiente: "De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno
será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El
arma esencial para el control político será el diccionario". Nada más
cierto, a condición de que veamos los términos dentro del marco dinámico
de los esquemas, que son el contexto en el que juegan su papel expresivo.
3. Los planteamientos estratégicos
Con los términos del lenguaje se plantean las grandes cuestiones de la
vida. Debemos tener máximo cuidado con los planteamientos. Si aceptas un
planteamiento, vas a donde te lleven. Desde niños deberíamos
acostumbrarnos a discernir cuándo un planteamiento es auténtico y cuándo
es falso.
En los últimos tiempos se están planteando mal, con el fin estratégico de
dominar al pueblo, temas tan graves como el divorcio, el aborto, el amor
humano, la eutanasia... Casi siempre se los plantea de forma unilateral y
sentimental, como si sólo se tratara de resolver problemas acuciantes de
ciertas personas. Para conmover al pueblo, se aducen cifras exageradas de
matrimonios rotos y abortos clandestinos, realizados en condiciones
infrahumanas... La táctica de difundir tales cifras es un ardid del
manipulador. El Dr. Bernhard Nathanson, director un día de la mayor
clínica abortista de Estados Unidos, manifestó que fue él y su equipo
quienes inventaron la cifra de 800.000 abortos al año en su país. Y se
sorprendían al ver que la opinión pública recogía el dato y lo propagaba
con toda candidez. Hoy, convertido a la defensa de la vida, se siente
avergonzado de tal fraude, y recomienda vivamente que no se acepten las
cifras aducidas para apoyar ciertas campañas.
4. Los procedimientos estratégicos
El manipulador moviliza diversos medios para dominar al pueblo sin que
éste se dé cuenta. En el siguiente ejemplo yo no miento pero manipulo.
Tres personas hablan mal de una cuarta, y yo le cuento a ésta exactamente
lo que dicen, pero altero un poco el lenguaje. En vez de comunicarle que
tales personas en concreto están realizando esas manifestaciones, le
indico que lo dice la gente. Paso del singular al colectivo. Con ello no
sólo le infundo miedo a esa persona sino angustia, que es un sentimiento
mucho más difuso y penoso. El miedo es temor a algo adverso que te hace
frente de manera abierta y te permite tomar medidas. La angustia es un
miedo envolvente. No sabes a dónde acudir. ¿Dónde está la gente que te
ataca con su maledicencia? La gente es una realidad anónima, envolvente, a
modo de niebla que te bloquea. Te sientes angustiado.
Esta angustia es provocada por el fenómeno sociológico del rumor, que
suele ser tan poderoso como cobarde, debido su anonimato. "Se dice que tal
ministro realizó una evasión de capitales". ¿Quién lo dice? La gente, es
decir, nadie en concreto y potencialmente todos.
Otra forma oblicua, sesgada, subrepticia, de vencer al pueblo sin
preocuparse de convencerlo es la de repetir una vez y otra, a través de
los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención
ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al
fondo de los problemas. Sencillamente se lanzan proclamas, se hacen
afirmaciones contundentes, se propagan eslóganes a modo de sentencias
cargadas de sabiduría. Este bombardeo diario configura la opinión pública,
porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan,
como aquello de que todos hablan, como lo que se lleva, lo actual, lo
normal, lo que hace norma y se impone. Actualmente, la fuerza del número
es determinante, ya que lo decisivo se resuelve mediante el número de
votos. El número es algo cuantitativo, no cualitativo. De ahí la tendencia
a igualar a todos los ciudadanos, para que nadie tenga poder directivo de
tipo espiritual y la opinión pública pueda ser modelada impunemente por
quienes dominan los medios de comunicación multitudinarios. Una de las
metas del demagogo es anular, de una forma u otra, a quienes puedan
descubrir sus trampas, sus trucos de ilusionista.
La redundancia desinformativa tiene un poder insospechado de crear
opinión, de fundar un clima propicio a toda clase de errores. Basta
establecer un clima de superficialidad en el tratamiento de los temas
básicos de la vida para hacer posible la difusión de todo género de
falsedades. Según Anatole France, "una necedad repetida por muchas bocas
no deja de ser una necedad". Ciertamente, mil mentiras no constituyen una
sola verdad. Pero una mentira o una media verdad repetida por un medio
poderoso de comunicación se convierte en una verdad de hecho,
incontrovertida; viene a constituir una "creencia", en el sentido
orteguiano de algo intocable, de suelo en que se asienta la vida
intelectual del hombre y que no cabe discutir sin exponerse al riesgo de
quedar descalificado. A formar este tipo de "creencias" tiende la
propaganda manipuladora con vistas a obtener un control soterrado de la
mente, la voluntad y el sentimiento de la mayoría.
El gran teórico de la comunicación M. MacLuhan acuñó la expresión de que
"el medio es el mensaje": no se dice algo porque sea verdad; se toma como
verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los
espectáculos de diverso orden poseen un inmenso prestigio para quien los
ve como una realidad que se impone desde un lugar inaccesible para él. El
que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene cierto poder
de discernimiento. Pero el gran público permanece fuera de los centros que
irradian los mensajes y se deja seducir por el poder que implica la
posibilidad de llegar a los rincones más apartados y penetrar en los
hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de
modo sugerente.
Alfonso López Quintás, La manipulación del hombre a través del
lenguaje
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