Los siete pecados capitales en la
investigación científica
Ponencia presentada al VI Congreso iberoamericano de
psicología. Lima, 16, 17 18,19 de julio de 2008
Para quienes nos dedicamos a la actividad académica,
sobre todo en las instituciones de educación superior como las
universidades, el problema del conocimiento debería exceder al
inmediato marco utilitario en nuestra actividad investigativa, se
debería además de examinar las teorías construidas que de vez en
cuando se presentan como una profana novelería y llegan a imponerse
debido a nuestra inveterada costumbre novelera y, desde luego, de
muy corto plazo, discriminar entre la ciencia y la literatura;
debería ser una de nuestras primeras tareas, de ese modo se
reorientaría en mejores condiciones los supuestos teóricos de
nuestras investigaciones y de nuestros asesorados.
Nos encontramos a diario con investigaciones de todo tipo, hay
algunas muy bien elaboradas, que abordan auténticos problemas que
exigen una respuesta adecuada e inmediata, en tanto que otras,
muestran una precariedad académica extraordinaria que no alcanzan a
encontrar los supuestos teóricos que las orienten. Las primeras son
lamentablemente muy escasas en tanto que las otras abundan y son muy
frecuentes. La mayor parte de las investigaciones son trabajos de
tesis para la obtención de un grado académico, y otras se producen
dentro del marco que justifique la función de investigación en la
docencia en las universidades públicas.
En este contexto, unos tratamos de privilegiar los supuestos
teóricos, en la esperanza que el investigador al menos conozca una
teoría que le permita explicar el problema que aborda, otros
enfatizan el método, omitiendo o postergando los fundamentos
teóricos (Palacios, 2008). Ambas tendencias terminan por mediatizar
la investigación. En el primer caso, el descuido de la metodología
la hace del todo vulnerable; y en el segundo, la falta de un
fundamento teórico hace que el método termine convalidando
ingenuidades, cuando no disparates. Hay otra tendencia: el snobismo
por incluir teorías que se han puesto de moda. A veces estas teorías
novedosas tienen una consistencia epistémica muy sólida, aunque no
se la advierta de inmediato, sin embargo, no se les reconoce como
tales por la trivialización que sufren para hacerlas accesibles al
mercado. En tanto que otras son realmente triviales, pero habiendo
postores en el mercado, el lucro se da sin pudor alguno, pues sus
mentores no se interesan por la consistencia de las teorías cuanto
por la demanda de éstas en el mercado, siempre ávido de grados
académicos.
Una forma de corregir esta tendencia paradojal es ilustrar el
mercado: los graduandos y las instituciones encargadas de hacerlo,
estas últimas son, pues, o deberían serlo, las instituciones
educativas, de donde egresan los postulantes a los grados. Sin
embargo -y esto es lo más paradójico- muchas de ellas compiten entre
sí disputándose el liderazgo de incurrir en este tipo de novelerías
académicas, que han terminado por caricaturizarlas, y en un intento
de ocultar este mal acomodo académico sobreactúan impostando
formalidad, con lo cual la caricatura resulta mucho más grosera.
Lo anterior, lamentablemente no es reciente, lleva ya algunas
décadas (Colom, 2000) y seguramente perdurará un buen tiempo. En un
intento por reducir esta tendencia, el Perú ha ingresado tardíamente
en un proceso de acreditación académica en las instituciones
educativas superiores, que no logrará eliminarla, pero será posible
reducirla en la medida que los miembros de las instituciones
adquieran la vocación de enmienda y arrepentimiento académicos. El
escepticismo por el resultado de la acreditación se funda en que
este tipo de defraudación académica no es reciente, lleva décadas, y
requerirá otras tantas corregirla a partir del momento que decidamos
iniciarla.
Este propósito de enmienda tampoco es reciente, como lo ha señalado
Fernando Savater, “nadie está condenado a repetir los errores de una
educación defectuosa” (Savater, 1997). Seguramente habrá personas
que individualmente hayan reparado en esta nefasta tendencia y hayan
empezado el cambio en sí mismas, y de inmediato lo harán en las
instituciones donde laboran. Estas personas constituyen un valioso
activo que no puede ser ignorado si es que realmente se desea una
acreditación, pero si es que esta acreditación resulta en sólo una
apariencia, estos activos académicos seguirán en un estado de
marginalidad en sus instituciones, como se observa en la actualidad.
El estado de postración académica en la que se encuentran muchas de
las instituciones educativas, es debido a la falta de ética en la
actividad académica, incluida la investigación (Colom, 2000) que
guarda íntima relación con la precariedad académica de sus miembros,
si hubiese competencia académica, habría una noción bien lograda de
la ética, su falta implica la carencia de la otra. En este contexto
es donde se intenta hacer investigación, es sintomático, nuestros
investigadores se proponen diversos problemas como objetos de
estudio, pero omiten otros problemas mucho más urgentes: ¿Cómo
recuperar académicamente a las instituciones educativas? ¿Qué hacer?
Y sobre todo ¿Por dónde empezar? Definitivamente los cambios que
tanto se requieren en nuestra sociedad, cuando empiecen, deben
provenir principalmente de las instituciones educativas superiores,
aunque éstas sean pocas, pero no al revés, es decir, que las
instituciones educativas se recuperen a la postre de las otras que
conforman el conglomerado social.
En muchas ocasiones se han planteado estas interrogantes en diversos
foros, desde las clases en pregrado y, por supuesto, en asambleas y
congresos, encontrando de esta manera una tendencia saludable:
muchos aciertan cuando señalan que debe iniciarse individualmente,
recurriendo a la formación autodidacta, sin esperar que las
instituciones se corrijan primero, o que la redención empiece por la
administración de turno. Lamentablemente, los administradores de
turno son a su vez egresados de instituciones cuya acreditación
implicaría un proceso de un esfuerzo inmenso; más bien,
curiosamente, los egresados de las instituciones académicamente
acreditadas no muestran interés por la administración, sobre todo la
pública.
EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Esta forma de conocimiento es una construcción que viene a ser el
producto de la investigación científica. A partir de ella, nos
percatamos de la presencia de diversos problemas, y la solución de
los mismos es la obtención de nuevos conocimientos, siempre y cuando
nos interesemos realmente en la producción de los mismos.
Lamentablemente, muchos investigadores no se orientan en esta
dirección: la construcción del desconocimiento. Se orientan de un
modo utilitario, privilegiando la aplicación del método más
apropiado para los problemas que se plantean, sin cuestionar la
legitimidad de los contenidos teóricos que se suponen estables o
normales para usar términos de Thomas Kuhn (1986).
Con el objeto de analizar estas tendencias, recurriré a los muy
difundidos preceptos judeo-cristianos, para que a partir de ellos se
pueda establecer analogías entre los denominados pecados capitales y
los vicios que incurrimos cada vez que nos abocamos a la
investigación que suponemos científica. De este modo, será posible
examinar a unos y otros: investigadores e investigados, tirios y
troyanos, moros y cristianos, el estado en el que se encuentra la
investigación científica. Estoy consciente que presentarlos de este
modo implica un riesgo: unos lo tomarán literalmente, otros al modo
de literatura y algunos, tengo la esperanza, lograrán una mejor
comprensión lectora, que vaya más allá de lo que explícitamente
manifiesta el autor y buscarán una aproximación a lo que quiso decir
(Gadamer, 1995). Interpretar, hacer conjeturas y hermenéutica no es
completamente erróneo, por ejemplo, cuando muchos investigadores se
aferran en el método, omitiendo o evadiendo interpretaciones,
renunciando a tareas metacognitivas (Flavell, 1996), es pertinente
hacer conjeturas próximas a la carencia o precariedad
epistemológica, hermenéutica, heurística, ética, filosófica, etc.
¿Es posible hacer investigación en este estado de precariedad?
Debemos convenir que éste ya no es un problema estrictamente
académico, en muchos aspectos ya es un problema social (Palacios,
2008).
Muchas de las investigaciones que se proyectan y ejecutan se
encuentran en un estado exploratorio, es mejor reconocerlas en ese
estado, para poder hacer un acopio de la información necesaria como
para poder plantearla luego, con los supuestos teóricos adecuados,
en mejores condiciones y con mayores herramientas intelectuales en
investigaciones científicas, en lugar de maquillarlas groseramente
para pasar como investigaciones logradas, éste es tal vez el peor de
los pecados en los que se ha incurrido reiteradamente, y estas
travesuras de los niños malos, hoy ya adultos, han convertido a sus
instituciones en una verdadera trampa, maldición y condena para sus
miembros, particularmente para los más jóvenes recién llegados. Al
respecto, circula por internet un chiste bastante corrosivo:
“¿Cuántas personas se necesitan para cambiar un foco en las
instituciones A, B, C, D. etc?” Esto nos da una idea aproximada del
estado actual de las instituciones y, sobre todo, cómo nos perciben.
LOS PECADOS CAPITALES
Es momento de analizar los pecados, los demonios, los castigos
previstos incluyendo a íncubos/súcubos, es decir, demonios que de un
modo u otro nos inducen a la comisión de cierto tipo de pecados.
Examinaremos también las virtudes que se oponen a dichos pecados:
LA PEREZA. Es según todos los indicios el primero de todos los
pecados. Es descrito como la incapacidad para aceptarse y ocuparse
de su propia existencia. El demonio que lo caracteriza es Belphegor.
Este parece ser el primer vicio en la investigación también, la
pereza lleva a muchos investigadores a limitarse a prescribir,
recomendar o imponer métodos supuestamente apropiados a problemas
carentes de fundamento, es decir, a pseudoproblemas, derivados de
una precaria o nula fundamentación teórica. Este tipo de asesores
muchas veces ni siquiera leen la formulación de los problemas, donde
la hipótesis no pasa de simples sospechas que se encuentran dentro
del sentido común, con un lenguaje común, el mismo que se
caracteriza por su ambigüedad y no califican como hipótesis
científicas, es decir, no se encuentran formuladas dentro de los
supuestos teóricos que sustentan la consistencia de los mismos.
El lenguaje, en cualquier caso sirve de mediador, entre nosotros y
el contexto, entre nosotros y nuestras propias actividades, el
lenguaje es lo que nos define en nuestra subjetividad necesariamente
singular (Popper, 1994). El lenguaje, sobre todo el científico, es
el que nos orienta adecuadamente en nuestros proyectos de
investigación o su carencia nos induce al error (Piscoya, 2008)
La pereza no sólo queda circunscrita a este aspecto, involucra
también a la consistencia del problema y la teoría, es decir, se
expresa en la carencia lógica debido a la precariedad no sólo
epistémica, sino también a la falta de información teórica. Aquí
surge una primera interrogante: ¿Por qué los investigadores se
muestran renuentes a la epistemología y a la filosofía? (Sierra,
1986). Esto no sólo se explica por la pereza, pueda que exista el
temor a ser refutados en sus supuestos y sobreseídos, y esto tendría
que obligarlos a examinar sus propias teorías y analizar otras más
consistentes, aquí es donde ya se da la pereza. Es castigo previsto
para quienes pecan de este modo el de ser arrojados a un foso de
serpientes. La virtud que la repara es la diligencia, debiéramos
alentar para que nuestros investigadores se interesen por examinar
diligentemente tanto las suyas como también nuevas teorías. Esto
será mucho más factible con los artesanos de la investigación, no
así con los industriales.
La pereza impide que se conozca mejor a los sujetos con quienes y a
quienes supuestamente se estudia, al reducirlos a la aplicación de
métodos, sobre todo cuantitativos, al estudiarlos como si se
trataran de sistemas cerrados, se equivoca en definirlos como a los
demás seres vivos (Bertalanfy, 1991); como sistemas abiertos, para
quienes el contexto es una condición más, pues permanentemente
interactuamos según sea el contexto en el que nos encontremos (Morín,
1995); y donde la variable independiente no opera las mismas
respuestas entre dos o más individuos (Popper, 1987). Esto impide
que el comportamiento de las personas sea del todo previsible, con
lo cual las generalizaciones pierden vigencia mucho más rápido de lo
previsto (Martínez, 1998).
Es la pereza también la que ha creado un mercado para la industria
de la investigación, donde muchos graduandos optan por recurrir a
ellas exonerándose del esfuerzo académico por llevar adelante sus
propios proyectos de investigación.
LA ENVIDIA. Parece ser el segundo de los pecados, caracterizado por
el deseo insaciable por privar a los demás de sus bienes, posesiones
y poder. El demonio que la representa es Leviatán, en tanto que el
castigo previsto es la inmersión en aguas gélidas. En la
investigación, este pecado estaría representado por el obsesivo
“celo profesional” que incluye no sólo a las teorías científicas,
aquí se incluyen también las ideologías y los métodos empleados (Colom,
2000), en reclutar adeptos para garantizar un posicionamiento dentro
de las instituciones y poder negociar con ventaja con otros grupos
el control de las instituciones.
Este proceso se encuentra muy bien explicado en el sexto volumen de
la novela “Harry Potter” (Rowling, 2006) cuando su autora describe
cómo se forman los denominados grupos de poder dentro de las
instituciones educativas en el Reino Unido. Rowling se dedica en una
serie de siete tomos a describir parsimoniosamente los vicios del
sistema educativo inglés: En torno a un sujeto lo suficientemente
audaz, los primeros en aproximarse son quienes buscan protección
académica, los siguientes en llegar son quienes buscan impunidad
administrativa, entre ambos logran constituir un grupo bastante
compacto, y logran imponerse a quienes se encuentran dispersos. Como
puede observarse, esta descripción se aproxima milimétricamente a lo
que acontece en muchas de nuestras instituciones educativas
superiores. Para esto, la autora se vale de una analogía bastante
conocida: representa a la comunidad académica inglesa con otra de
magos, y a partir de este artificio, examina la dinámica que existe
entre sus miembros, sus relaciones con el poder político, la
justicia, la economía, etc, etc.
La virtud opuesta a este pecado es la caridad. Una actividad
académicamente caritativa debe estar orientada a garantizar a todos
los miembros de la comunidad universitaria, la igualdad de
oportunidades de desarrollo académico a partir de la implementación
de bibliotecas, suscripción a revistas especializadas, suscripción
de convenios destinados al mismo fin, etc., abandonando el execrable
sectarismo y mezquindad con que actualmente se maneja los ya exiguos
presupuestos a los que tenemos acceso. Desde luego que la caridad
debe empezar en las universidades públicas por el Ejecutivo que
continúa dilatando no sólo la homologación de los docentes
universitarios, también continúa postergando la dación de una nueva
ley universitaria que ponga término a la hipertrofia de los grupos
de poder.
Este pecado cuenta con la complicidad de los demás miembros de la
comunidad académica, al no haber sabido protegernos adecuadamente de
las mayorías reclutadas de este modo (Martel, 2007 A), hemos
permitido la imposición y dictadura de las mayorías de terciopelo,
esto es, poco menos que medio pelo. Esperamos que la nueva ley
universitaria corrija esta perversa tendencia y que sea pronto.
LA AVARICIA, asociada a la codicia, la adquisición compulsiva de
riqueza. Su demonio es Mammon, para quienes cometiesen este pecado
estaba previsto el ser fritos en aceite hirviendo. Muchos de
nuestros investigadores alentados por este pecado han pasado de la
producción artesanal a la industrial, sin ningún pudor, alentados
por la impunidad, esquilmando la precaria economía de los
despistados estudiantes, habiendo impuesto también en muchas
instituciones universitarias el monopolio de los métodos
cuantitativos como único método válido para las investigaciones en
sus egresados.
Actualmente, muchos de ellos están convencidos por esta falacia,
otros la toleran por razones prácticas, para no hacerse más
dificultades de las que ya encontraron durante su permanencia y
facilitarse su rápida graduación. Desde luego que esta forma de
imposición ha llevado a matematizar muchísimos disparates, en la
creencia que una vez sometidos a dichos métodos ya quedarán exentos
de todo pecado y que por ensalmo quedarán libres de toda falacia.
Este pecado ha llevado a situaciones extremas en muchas
instituciones tanto públicas como privadas, que han terminado con un
marcado sesgo en la formación profesional de sus egresados (Colom,
2000), como se comprueba a diario cuando encontramos a sus egresados
en los estudios de postgrado.
La virtud que se opone a este pecado es la caridad, ser caritativos
académicamente corresponde a evitar las defraudaciones; implica
también una apertura a otros métodos destinados a un mejor
conocimiento de la condición humana y, por lo tanto, a mejorar la
formación académico profesional de los egresados.
EL ORGULLO O SOBERBIA, se caracteriza por no admitir uno sus
pecados, adoptar un comportamiento arrogante como un medio de
ocultar sus faltas. El demonio que lo caracteriza es Lucifer, el
castigo previsto es la rueda, antigua pena medieval. En la
investigación, tal vez este sea el más frecuente de los pecados,
habiéndose impuesto artificialmente, como los gurús han organizado
en sus instituciones un complejo orden jerárquico, que incluye
obispos, sacerdotes, monaguillos, sacristanes y, desde luego,
muchísimos cucufatos.
Aquí sería pertinente refutar de algún modo esta soberbia:
generalmente plantean los problemas a partir de una variable que se
supone independiente, cuando en realidad, estas no existen en tal
estado, pues todas son interdependientes, y una de ellas no actúa de
modo omnipotente, lo hace junto a otras que, en su conjunto, ejercen
influencia en el comportamiento de las personas u organismos. La
creencia en tales variables supuestamente independientes es la
confirmación de la candorosa ingenuidad determinista en la formación
profesional de investigadores y asesores (Popper, 1991).
Partamos de un ejemplo bastante simple: La lectura de estas líneas,
si es que la tomamos como una variable independiente, observaremos
que las variables dependientes han de ser diversas, para unos
resultará irritante y grata para otros, entre ambos extremos, caben
una infinidad de intermedios, que pasa por la perplejidad, el
escepticismo, lo divertido, etc. Sea cual fuere la actitud que asuma
el lector, ésta dependerá sobre todo de su comprensión lectora, de
sus saberes previos, de su competencia psicolingüística y, desde
luego, de su relación con la comunidad de investigadores, su vínculo
laboral, el cargo que desempeña, etc. Esto explica la singularidad
de nuestro comportamiento (Anojin, 1987; Galperin, 1976; Pinillos,
1983; Kantor, 1978; Ortiz, 1997; Maturana, 1993; Martínez, 1989;
Skinner, 1981).
Por lo tanto, la supuesta variable independiente se encuentra
asociada a muchas otras que en su conjunto y no por sí solas ejercen
influencia para aceptar o rechazar las propuestas que se hacen
(Pinillos, 1983), lo mismo ocurre con cualquier otra variable
independiente que se nos ocurra; podríamos tomar como ejemplo la
propia investigación, si es que no hubiese la exigencia de hacer una
tesis para los egresados tanto del pre como del post grado en las
universidades, habrían muy pocos investigadores, y esta discusión se
trataría en un círculo mucho más cerrado.
Siguiendo a la tradición cristiana, la virtud que se opone a este
pecado es la humildad, y en la investigación científica esta
humildad nos conducirá muy pronto a la reflexión epistemológica (Martel,
2006), donde seguramente nos percataremos de las falacias que se nos
ha impuesto al interior de las instituciones académicas
universitarias (Musso, 1970), donde la formación humanística ha sido
extirpada y que muchas de estas se han hecho refractarias a la
discusión filosófica, lo cual ha contribuido a un deterioro
académico acelerado en la formación profesional de sus egresados.
LA LUJURIA. Es reconocida como la presencia de deseos o pensamientos
obsesivos que conducen a la persona a diversos tipos de
compulsiones. El demonio que lo caracteriza es Asmodeo y el castigo
previsto es el asfixiamiento en el fuego y el azufre. Haciendo una
analogía en el contexto de la investigación científica, puede
observarse este pecado en la compulsión por reducir los problemas al
empleo de un método supuestamente apropiado (Musso, 1970), al
encontrar variables que puedan ser cuantificadas y que no ofrezcan
resistencia a mostrar indicadores cuantificables mediante
instrumentos dispuestos para tal fin.
Si es que la variable no puede ser cuantificada, entonces se busca
otra, o se construye un instrumento que permita tal cuantificación.
Esta compulsión ha llegado a desnaturalizar la comprensión mejor
lograda de muchos problemas. Pretender reducir la investigación a la
disponibilidad de los métodos o instrumentos ha conducido a las
ciencias a la caricatura y a desnaturalizar el objeto de estudio que
se proponen. Imponer este estilo a las instituciones universitarias
ha conducido de la ineptitud, a la indigencia (Ardila, 1987).
La virtud que se opone a este pecado es la castidad, se entiende
como la ausencia de compulsión por el poder (Foucault, 1991). Según
este autor, lo que nos define como personas es el tipo de relación
que establecemos con el poder, estemos conscientes o no (Martel,
2007). La actitud que asumamos con respecto a esta lectura se adopta
igualmente por nuestras complejas relaciones con el poder. Esto no
significa que realmente nos hayamos vinculado, es suficiente alentar
expectativas o temores a cerca de las implicancias de nuestra
actitud –reitero- estemos conscientes o no del proceso. Entonces
–enfatizo- este no es un problema estrictamente académico, se ha
convertido en un problema social, un problema de dependencias y
subsistencias (Alarcón, 1986).
Cuanto mayor es el riesgo que esto último se descubra, mayor es la
compulsión por la simulación lujuriosa, ya que esta se produce
cotidianamente, sin medida ni clemencia, se muestra preocupación por
la imagen institucional, pero no por ofrecer un mejor servicio
educativo (Palacios, 2008). En vano se pueden gastar litros de tinta
o toneladas de papel cuando el problema ya trasciende los linderos
de la actividad académica, por eso esta discusión en este congreso
se hace mucho más pertinente (Colom, 2000).
LA GULA. Este pecado se identifica con la glotonería irracional,
innecesaria. El demonio que lo caracteriza es Beelzebub, en tanto
que el castigo previsto el de tragar ratas, sapos, lagartijas y
serpientes. Dentro de la investigación, son muchísimas las veces que
los investigadores se encuentran expuestos a tragar sapos y
serpientes como consecuencia de los errores en los que incurrimos,
de las generalizaciones y, sobre todo, de las sobre-generalizaciones
que pretendemos establecer, o cuando los algoritmos empleados no
alcanzan significación estadística alguna y hay que recurrir a la
cosmética, para no quedar del todo desairados en las hipótesis
formuladas, a consecuencia de la gula por digerir investigaciones
mal planteadas y peor ejecutadas, etc.
En muchos casos, esta gula hace que investigadores artesanales se
conviertan precozmente en industriales, caricaturizando la principal
actividad de la cual el resultado debería ser una mejor calidad en
el conocimiento, en estas condiciones los proyectos muchas veces
terminan en una caricatura y en un afán de encubrirla se recurre a
la comisión de los pecados anteriores.
La virtud que se opone a este pecado es la templanza, es decir,
precaverse de investigar lo que sea factible y empleando el método
adecuado. Y aquellos problemas que ofrecen resistencia,
investigarlos de un modo exploratorio, con la finalidad de acopiar
la información necesaria para que en una próxima oportunidad se le
pueda afrontar con más y mejores herramientas intelectuales.
LA IRA. Este pecado se relaciona con la negación vehemente de la
verdad, entonces se halla emparentado con el anterior. El demonio
que lo caracteriza es Satanás y la pena prevista es el
desmembramiento. En el contexto académico este desmembramiento es
cotidiano: ¿Cuántas veces hemos revisado tesis esperpénticas
asesorados por investigadores despistados y angurrientos? ¿Cuántas
veces hemos sido atacados por una ira similar al leer muchísimas
tesis defectuosas? ¿Cuántas veces hemos sido misericordiosos en
aprobar por mayoría sustentaciones de este tipo? Lamentablemente,
este tipo de experiencias frustrantes no son esporádicas, se han
convertido en el agrio pan nuestro de cada día.
Este tipo de experiencias son demasiado frecuentes en el contexto
académico. Entonces, antes de proponer exigencias académicas de ese
tipo, es mejor analizar si es que la institución ofrece las
garantías necesarias para tal propósito, no es posible aplacar a los
tigres arrojándoles corderos. Es necesario ser misericordiosos con
estos últimos, pues no se orientan adecuadamente en la elección de
las instituciones donde pretenden adquirir la competencia académica
necesaria para una decorosa profesionalización.
Estoy consciente también que esta lectura habrá alentado iras y
complacencias, es natural que esto ocurra, la actitud que asumamos
definirá el posicionamiento no sólo académico, aquí hay implicancias
filosóficas, epistemológicas y éticas. Las analogías que se han
hecho igualmente habrán provocado respuestas tanto de aprobación
como de rechazo; en cualquier caso, esta actitud igualmente
involucra un comportamiento complejo con implicancias académicas e
ideológicas principalmente, pero hay otras, muchas más, sobre todo
de nuestro posicionamiento en un continuo en la aproximación a la
ética, lo que hace simpáticas o antipáticas a las personas o
instituciones: no es su apariencia, o su imagen, es sobre todo su
aproximación a la ética.
Para finalizar, recurriré nuevamente a Fernando Savater quien
sostiene que la condición humana no la adquirimos por haber nacido
en esta especie, más bien la lograremos a partir de una educación
éticamente orientada. Y, quienes no alcanzan este logro deben
resignarse a permanecer como proyectos inacabados, inconclusos, o
parcialmente ejecutados. Como podemos advertir, en nuestra sociedad
existen muy pocas instituciones que han logrado este propósito, y la
elección de las instituciones muy pocas veces se hacen con la
información y los recursos suficientes, muchas veces nos tenemos que
resignar a una escasa información y menos recursos disponibles.
Finalmente, abrigo la esperanza que muchas otras instituciones más
puedan lograr no sólo la acreditación, sino también la competencia
académica necesaria para poder prestar un mejor servicio educativo
en la formación profesional de sus alumnos en un plazo breve, con el
abnegado aporte de sus miembros. Lo que me animó recurrir a las
analogías anteriores, fue el intentar revertir lo que Bunge señala
como el círculo infernal en el que se encuentran nuestras sociedades
“miseria-ignorancia-miseria”, para quebrarlo y convertirlo en un
círculo virtuoso que propone Gadamer, es necesario romper con lo que
Popper advierte “la conspiración del silencio, que no es más que la
conspiración del error, la conspiración de la ignorancia”. Les
agradezco su paciencia por haber puesto a prueba su virtuosa
tolerancia.
Dr. Hugo Martel Vidal
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