Retos conceptuales de la investigación moderna sobre la conciencia   

 

 

A lo largo de la historia de la ciencia moderna, generaciones de científicos han seguido con gran entusiasmo y determinación diversas vías de investigación ofrecidas por el paradigma newtoniano-cartesiano, descartando de buen grado todo concepto y observación, que pudiera cuestionar los supuestos filosóficos básicos compartidos por la comunidad científica. La mayoría de los científicos han sido programados de un modo tan completo a través de su formación, o han quedado tan impresionados y entusiasmados por sus éxitos pragmáticos, que han tomado su modelo por una descripción literal, precisa y exhaustiva, de la realidad. En este ambiente, han sido innumerables las observaciones en diversos campos que han sido sistemáticamente descartadas, reprimidas o ridiculizadas, en base a su incompatibilidad con el pensamiento mecanicista y reduccionista, que para muchos se ha convertido en sinónimo de enfoque científico.

Durante mucho tiempo, los éxitos de este procedimiento fueron tan espectaculares que oscurecieron sus fallos prácticos y teóricos. Sin embargo, en el ambiente de crisis mundial galopante, que acompaña al precipitado progreso científico, ha pasado a ser cada vez más difícil mantenerse en dicha posición. Está perfectamente claro que los viejos modelos científicos no pueden aportar soluciones satisfactorias a los problemas humanos, a los que nos enfrentamos individual, social e internacionalmente y a escala global. Muchos científicos eminentes han expresado, de modos diversos, la creciente sospecha de que la visión mecanicista del mundo propia de la ciencia occidental, en realidad ha contribuido sustancialmente a la crisis actual, e incluso puede que la haya generado.

Un paradigma es, más que un simple modelo teórico de utilidad para la ciencia; en la práctica su filosofía moldea el mundo, gracias a la influencia indirecta que ejerce en los individuos y en la sociedad. La ciencia newtoniano-cartesiana ha creado una imagen muy negativa de los seres humanos, describiéndolos como máquinas biológicas operadas por impulsos instintivos de naturaleza bestial. No reconoce con autenticidad los valores elevados, tales como la conciencia espiritual, los sentimientos de amor, las necesidades estéticas, o el sentido de justicia, a los que considera derivados de los instintos básicos o como compromisos esencialmente ajenos a la naturaleza humana. Esta imagen aprueba el individualismo, el egoísmo extremo, la competencia y el principio de «supervivencia del más fuerte» como tendencias naturales y esencialmente sanas. La ciencia materialista, cegada por su modelo del mundo como conglomerado de unidades independientes mecánicamente interactivas, ha sido incapaz de reconocer el valor y la importancia vital de la cooperación, la sinergia y las preocupaciones ecológicas.

El extraordinario alcance técnico de esta ciencia, con su potencial para resolver la mayoría de los problemas materiales que afligen la humanidad, ha surtido un efecto opuesto al previsto. Su éxito ha creado un mundo en el que sus descubrimientos más sobresalientes -la energía nuclear, los misiles espaciales, la cibernética, los láseres, los ordenadores y demás artefactos electrónicos, así como los milagros de la química y la bacteriología modernas- se han convertido en un peligro vital y en una pesadilla viviente. En consecuencia, tenemos un mundo política e ideológicamente dividido, gravemente amenazado por crisis económicas, contaminación industrial y el fantasma de una guerra nuclear. Ante tal situación, cada día son más los que ponen en duda la utilidad de un progreso tecnológico precipitado, sin unos individuos emocionalmente maduros que lo dirijan y lo controlen, ni una especie lo suficientemente evolucionada para usar de un modo constructivo los poderosos instrumentos que ha creado.

Con el deterioro mundial de la situación económica, sociopolítica y ecológica, cada día parecen ser más los que abandonan la estrategia de la manipulación y control unilateral del mundo material, para buscar respuestas dentro de sí mismos. Existe un interés creciente en la evolución de la conciencia, como posible alternativa a la destrucción global, como lo demuestra la popularidad de la meditación y de otras prácticas espirituales antiguas y orientales, las psicoterapias experienciales, así como la investigación sobre la conciencia, tanto clínica como de laboratorio. Estas actividades han puesto en una nueva perspectiva el hecho de que los paradigmas tradicionales son incapaces de justificar y de incorporar una enorme cantidad de observaciones, procedentes de diversas áreas y fuentes, que suponen un grave reto.

En su totalidad, dichos datos tienen una importancia extraordinaria. Indican la necesidad urgente de una revisión profunda de los conceptos fundamentales de la naturaleza humana y de la naturaleza de la realidad. Muchos científicos y profesionales de la salud mental, carentes de prejuicios, son conscientes de la enorme brecha que separa la psicología y la psiquiatría contemporáneas, de las grandes tradiciones espirituales antiguas u orientales, tales como las diversas formas de yoga, el shivaísmo de Cachemira, el vajrayana tibetano, el taoísmo, el budismo Zen, el sufismo, la cábala o la alquimia. El caudal de profundos conocimientos sobre la psique y la conciencia humana, acumulado por dichos sistemas a lo largo de los siglos, o incluso de los milenios, no ha sido reconocido, explorado ni integrado adecuadamente por la ciencia occidental.

Stanislav Grof, extractado de Psicología Transpersonal

 

 

 


 


 

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