La peculiar conducta
de los conductólogos
Las ciencias de la conducta distan de integrar una unidad conceptual ya
que se han originado de muy diferentes aproximaciones y mantienen métodos
y teorías no sólo distintos sino en muchos casos opuestos. Ciertamente
cuesta trabajo creer que estos enfoques tengan el mismo objeto de estudio.
Veamos.
El psicoanálisis se originó hace un siglo como un procedimiento clínico
para entender y tratar las neurosis entendidas como enfermedades que se
gestan por alteraciones en el desarrollo temprano del infante en
referencia a su entorno familiar inmediato, en particular en su relación
con los padres. Sigmund Freud (1856-1936) y los psicoanalistas intentaron
reconstruir el desarrollo emocional del infante a partir de sus
observaciones en adultos y, en general, asumieron que el comportamiento
está determinado por las condiciones de ese desarrollo. Ahora bien, poco
antes y sin tener nada que ver con el psicoanálisis, había nacido una
disciplina conductual totalmente diferente. En su libro La expresión de
las emociones en los animales y en el hombre Darwin postuló que la
conducta se selecciona de la misma manera que las características físicas
de los animales por su adaptación al medio ambiente. En los años treinta,
tres investigadores destinados a obtener el premio Nobel en 1978, Konrad
Lorenz, Carl von Firsh y Nikko Tinbergen, sentaron las bases de la
etología sobre el darwinismo al realizar numerosas observaciones del
comportamiento animal en el medio ambiente natural que sustentaban las
ideas de las bases genéticas y motivacionales de los comportamientos
biológicamente significativos.
Una tercera aproximación a la conducta se dio en un medio académico muy
diferente de los dos anteriores, por psicólogos de laboratorio interesados
en analizar el aprendizaje. Influidos por la filosofía positivista, por el
fracaso del introspeccionismo inicial y por los extraordinarios
descubrimientos del fisiólogo ruso Ivan P. Pavlov sobre los reflejos
condicionados, estos investigadores utilizaron manipulaciones activas para
estudiar el aprendizaje. Al someter a los animales a un estímulo
controlado y al premiar o castigar la respuesta conductual, B. F. Skinner
(1904-1992) y otros investigadores descubrieron que la conducta se puede
condicionar y estudiar cuantitativamente. Para los entusiastas de esta
aproximación, conocida como conductismo, el comportamiento resulta del
condicionamiento de repetir las conductas que son reforzantes, es decir,
que tienen consecuencias positivas o negativas para el organismo.
Otro grupo de estudiosos en Alemania, también interesados en el
aprendizaje animal, hicieron experimentos muy distintos con primates, a
quienes ponían problemas y observaban cómo los resolvían. Por ejemplo,
colgaban un racimo de plátanos fuera de su alcance y les daban elementos
para que solucionaran la situación, como cajas y varas. Observaron que una
vez que el animal intentaba obtener el alimento sin éxito, se sentaba
aparentemente ocioso un rato para repentinamente resolver el problema
adecuadamente, por ejemplo apilando las cajas y descolgando el racimo.
Esto convenció a Wolfgang Köhler (1887-1967) de que existen
representaciones holísticas o unitarias del mundo en los animales. Su
condiscípulo Kunt Koffka (1886-1941) después de una larga experiencia de
investigación en operaciones cognitivas concluyó que la percepción se
constituye como una totalidad organizada. Este énfasis en la totalidad o
configuración global de la vida psíquica fue el distintivo de esta
poderosa aproximación de la psicología: la escuela de la gestalt
(totalidad en alemán).
También en la primera mitad del siglo se desarrollaba una escuela en
Ginebra que se formó alrededor de otra gran figura de las ciencias de la
conducta y de la epistemología: Jean Piaget (1896-1980). Formado como
zoólogo —materia en la que había hecho varias publicaciones científicas
antes de los 15 años de edad—, influido por las teorías de los estadios
del desarrollo embrionario y dotado de un vasto bagaje teórico y
filosófico, Piaget dedicó décadas de su vida a estudiar el desarrollo de
las facultades intelectuales en los niños. Con ello no sólo hizo
descubrimientos trascendentales sobre las etapas de ese desarrollo, sino
que aportó datos empíricos para enriquecer la teoría del conocimiento y
para sentar las bases de la psicología cognoscitiva.
Los psicoanalistas, los etólogos, los conductistas, los psicólogos de la
gestalt y del desarrollo nacieron y crecieron no sólo con toda
independencia, sino en muchas ocasiones con escarnio y desprecio mutuo,
pero, con el tiempo, sus teorías empezaron a modificarse por la evolución
misma de sus respectivas disciplinas. El psicoanálisis pronto empezó a
dividirse en escuelas divergentes, como la de Jung o la de Adler, que
fueron descalificadas por el propio Freud, pero que progresaron
aisladamente. Poco después esta tendencia se incrementó al aparecer
figuras como Melanie Klein en Inglaterra, las teorías del yo en EUA y
Jaques Lacan con su grupo en Francia. Cada uno de ellos hizo una
particular interpretación de Freud y se enemistó con los restantes. Por su
parte, la etología clásica empezó a dividirse en grupos interesados por
entender los determinantes cerebrales del comportamiento, la comunicación
animal y la moderna sociobiología que pretende documentar la noción de que
la conducta social tiene bases genéticas establecidas por mecanismos de
selección natural y que ha desembocado en la psicología evolutiva
contemporánea. Los conductistas medraron considerablemente con la
tecnología del condicionamiento operante y se dedicaron a establecer
múltiples paradigmas de estímulos y respuestas usualmente en ratas
ubicadas en la caja de Skinner, un ingenioso aparato en donde es posible
condicionarías a que aprieten una palanca para obtener comida ante
estímulos previos o a evitar un choque eléctrico. A la larga la técnica
dio de sí y empezaron a experimentar utilizando fármacos o haciendo
intervenciones en el cerebro. Los teóricos de la gestalt emigraron a EUA
durante la segunda Guerra Mundial y se diluyeron como grupo estableciendo
cátedras y estilos de enfoque sistémico en la psicología. Quizás el de
mayor infuencia fue Kurt Lewin (1890-1947), quien introdujo el análisis de
los pequeños grupos humanos y la teoría de campo a la psicología.
A partir de los años sesenta y quizás como consecuencia del desgaste de
cada una de las escuelas y de una nueva atmósfera en el ámbito de la
psicología, aportada por la ciencia cognitiva, empezaron a derribarse
algunas barreras. La etología y la psicología genética de Piaget fungieron
como lugares de encuentro, ya que entre psicoanalistas y conductistas no
podía haber terrenos comunes. Citaré algunos ejemplos.
Harry Harlow hizo experimentos precursores con primates infantes separados
de sus madres, con lo cual se empezó a establecer la importancia
específica de la relación madre-infante en el desarrollo, postulada por el
psicoanálisis, mediante métodos observacionales y experimentales. Por su
parte, el psicoanalista John Bowlby en Londres estudió directamente el
vínculo de niños con sus madres y comprobó lo fundamental que es esta
relación para la vida futura del infante. Poco después el psicólogo John
García, en una serie de ingeniosos experimentos, descubre en medios
naturales el condicionamiento de una sola experiencia: algunos animales
carnívoros no vuelven a probar carne de una especie de presa si se les
proporciona una muestra de esa carne inyectada con un vomitivo. Por su
parte, los etólogos han aplicado el esquema piagetiano para analizar las
etapas de maduración conductual en infantes primates. Estos son algunos
ejemplos para ilustrar lo fructífero de las relaciones entre las escuelas
de abordaje a la conducta y que prometen, en un futuro no muy lejano,
vincularse en una teoría psicológica amplia y convergente.
LA GENETICA CONDUCTUAL DESEMBOCA EN... FREUD
En la película de John Landis De mendigo a millonario, dos magnates de
Filadelfia llevan a cabo una apuesta mediante el experimento de
intercambiar a un alto ejecutivo de su compañía, anglosajón y graduado en
Harvard (Dan Aykroyd), por un pordiosero negro fichado por la policía (Eddie
Murphy). En unas semanas, el negro realiza con éxito la labor empresarial
y el blanco desciende en la escala social hasta hundirse en la abyección.
En cambio, en la película Gemelos el gigantón Arnold Shwarzenegger y el
diminuto Danny de Vito resultan gemelos fraternales separados al nacer y,
al rencontrarse, se dan cuenta de que tienen las mismas manías y
costumbres, aunque personalidades totalmente diferentes. En las dos
excelentes comedias el planteamiento es científicamente engañoso. Vale la
pena comentar el estado actual de la eterna cuestión de si la conducta
depende de la herencia o del medio ambiente.
Recordaremos que ambas posibilidades han tenido defensores de talla.
Shakespeare siempre hizo hincapié en la herencia como dominante en el
desarrollo del carácter. Los psicoanalistas y los conductistas
favorecieron un ambientalismo radical, una de sus sorprendentes
coincidencias. Con estos antecedentes la investigación de la herencia de
factores intelectuales y emocionales fue, desde sus orígenes,
profundamente polémica y estuvo preñada, incluso, de ideología política.
En los inicios de la investigación había problemas y sesgos en los métodos
que invalidaban buena parte de los resultados. A raíz de esto, la
disciplina que tiene como finalidad el estudio de la herencia en el
comportamiento, la genética conductual, ha madurado rápidamente y ofrece
un rico panorama de resultados.
Los dos métodos empleados en estos estudios han sido cada vez más
puntuales y convincentes. Se trata de las semejanzas y diferencias entre
gemelos idénticos y fraternales, y los resultados de la adopción temprana.
Recordemos que los gemelos idénticos comparten el material genético, en
tanto que los fraternales se originan de dos células distintas y son como
dos hermanos de embarazos distintos pero nacidos al mismo tiempo. Entre
ellos hay, con frecuencia, gemelos de ambos sexos y son usualmente muy
diferentes. En cambio, los gemelos idénticos son del mismo sexo y muy
similares. Por otra parte, cuando un bebé es adoptado antes del mes de
nacido y después se le practica un estudio ya de adulto, se espera que
tenga más similitudes con sus padres biológicos en caso de que los
factores genéticos sean predominantes, o viceversa, una mayor similitud
con los adoptivos debido a una mayor influencia del medio ambiente. Los
estudios más espectaculares son los que incluyen ambos factores, cuando
dos gemelos son separados al nacer y criados aparte, por ejemplo en caso
de divorcio o muerte de uno o los dos padres.
Uno de los datos más espectaculares que han aparecido con el empleo de
este método es el de la serie de gemelos idénticos separados al nacer y
criados en ambientes distintos y que ha sido recolectada en la Universidad
de Wisconsin. Esta serie incluye a varias docenas de gemelos que han sido
investigados cuidadosamente en lo que se refiere a su personalidad y
comportamiento. El resultado de la investigación es sorprendente. Contra
lo que se esperaba, ya adultos, los gemelos separados al nacer tienen
mayores similitudes que los criados juntos. Las similitudes son
asombrosas. Por ejemplo, dos gemelas en su cuarta década de vida, una de
las cuales había sido criada en la costa oriental de Estados Unidos y la
otra en la costa del Pacífico viajaron a la Universidad de Wisconsin a su
primera entrevista y a conocerse. Ellas y los investigadores quedaron
estupefactos al contemplar que vestían el mismo modelo, se peinaban igual
y usaban anillos en todos los dedos con excepción de los pulgares. El
segundo caso es de dos gemelos varones de casi 60 años separados al nacer
por el divorcio de los padres, uno fue llevado a Alemania y criado en una
familia germánica aria, mientras que al otro se le llevó a San Diego y se
le crió como judío ortodoxo. Los gemelos se conocieron y aparecieron con
un corte de pelo idéntico y grandes patillas; tenían costumbres y manías
idénticas, como jalar dos veces la palanca del inodoro, leer las revistas
de atrás para adelante y gestos y actitudes corporales y faciales
prácticamente iguales. En general estos gemelos revelan una influencia
genética sobre la personalidad mucho mayor a la que cabría esperar.
Los abundantes datos sobre inteligencia dejan pocas dudas de que la
herencia tiene un papel importante en las diferencias de coeficiente
intelectual. Pero, y en esto estriba la fortaleza del método, también
demuestran la fuerte participación del medio ambiente, por ejemplo de la
clase social. Las habilidades verbales tienen mayor influencia genética
que las perceptuales o la memoria. Congruentemente con lo anterior, se ha
demostrado que los trastornos en la lectura tienen influencia familiar.
Los intereses vocacionales o incluso las calificaciones muestran una
influencia genética. Significativamente, el factor que muestra menor
aportación genética es la creatividad.
En el caso de la personalidad los resultados son notables. Una de las
pruebas de personalidad con normas mejor reguladas toma en cuenta dos
grandes factores: la extroversión y el "neuroticismo". De una manera
simplista, la primera linplica personalidades sociables y la segunda
emocionales. Una revisión que incluye 25 000 pares de gemelos demuestra un
factor de heredabilidad de alrededor de 50% en ambas tendencias,
haciéndolas los componentes más heredables de la personalidad. Sin
embargo, se debe decir que estos resultados se basan en cuestionarios de
personalidad que tienen serias limitaciones. Los estudios observacionales,
es decir, de registro objetivo de conductas, han sugerido que existe menos
heredabilidad que los resultados obtenidos por medio de cuestionarios.
Sorprendentemente, algunas actitudes y creencias han mostrado influencia
genética. Una de ellas es el tradicionalismo: la tendencia de aceptar
reglas, autoridades, altos estándares de moralidad y disciplina estricta.
A pesar de esto, la religiosidad y la tendencia política no parecen ser
heredables. Esto no es extraño, ya que el tradicionalismo se puede
encontrar en la actitud política tanto en la derecha como en la izquierda,
tanto en ateos como en creyentes.
En referencia a las enfermedades mentales ha habido importantes logros. La
esquizofrenia, una de los formas de locura más frecuentes y discutidas,
tiene un componente genético modesto. Por ejemplo, en un estudio
voluminoso sobre la concordancia de muchas enfermedades en gemelos,
Kendler y Robinette, de Washington, han encontrado 31% de concordancia de
esquizofrenia en gemelos idénticos y sólo 6.5% en gemelos fraternales. Los
estudios de adopción son compatibles con estos datos e implican que existe
una carga genética en la esquizofrenia, pero que deben intervenir factores
ambientales para que se manifieste. La psicosis maniaco-depresiva tiene un
componente genético de mayor peso. Se sabe que algunos familiares son
acarreadores sanos que no manifiestan síntomas pero que trasmiten la
tendencia a su descendencia. En un estudio realizado en EUA en familias de
la orden amish, grupo parecido a los menonitas de Chihuahua, se demostró
que la enfermedad es familiar e implica una lesión en el cromosoma 11.
Estos datos no han sido convincentemente demostrados. En el caso de la
conducta criminal se ha encontrado 87% de concordancia para gemelos
idénticos y 72% para fraternales, lo que sugiere una pequeña contribución
genética y una participación ambiental mucho mayor. El alcoholismo y
ciertas formas de retardo mental en las que se han identificado los
cromosomas involucrados, como el cromosoma 21 en los niños con síndrome de
Down o mongolismo, tienen un gran componente genético.
Es importante recalcar que estos estudios no demuestran, con la excepción
de la corea de Huntington, que un gene determine el comportamiento, como
una suerte de destino inexorable. La herencia proporciona un terreno
propicio en el que ciertos estímulos ambientales, si ocurren, pueden
desembocar en determinadas características. ¿Cuáles son esos estímulos?
Por ejemplo, ¿por qué, a pesar de sus similitudes genéticas, los hermanos
de una familia son tan diferentes entre sí? Porque están sometidos a
distintas influencias ambientales, según demuestra Robert Plomin, uno de
los más activos genetistas conductuales. Entre ellas pueden estar pequeñas
diferencias de afecto dentro y fuera de la familia. De esta forma
pareciera ser que la genética conductual es compatible, para sorpresa de
muchos, con teorías tan ambientalistas como el psicoanálisis.
LAS EMOCIONES Y LA SALUD: EL ESLABÓN DESCUBIERTO
David Spiegel, psiquiatra de la Universidad de Stanford, empezó a utilizar
la psicoterapia en mujeres con cáncer mamario a principios de los años
ochenta. Esperaba simplemente que las hiciera sentir mejor, pero fue
grande su sorpresa al encontrar que sus pacientes habían sobrevivido el
doble de tiempo que aquellas con cáncer mamario que no habían asistido a
psicoterapia. El hallazgo se publicó en una de las más prestigiosas
revistas de medicina, Lancet, de Londres, el 14 de octubre de 1990. La
razón de esta diferencia hubiera sido inimaginable hace apenas cinco años.
Hoy ya no lo es.
La gente de todas las culturas tradicionales ha sabido desde siempre que,
además de la herencia, los alimentos o la actividad, las emociones afectan
la salud. Hipócrates y Galeno afirmaban ya en la antigüedad clásica que la
susceptibilidad a las enfermedades variaba según el tipo de carácter. En
el siglo pasado el éxito de Pasteur y Koch al encontrar gérmenes como
productores de enfermedades concentró la atención de la investigación en
éstos concebidos como las "semillas" de la enfermedad. Claude Bernard
(1813-1878), uno de los padres de la fisiología moderna, disentía al
afirmar que era el "terreno", o sea el organismo afectado, donde había que
buscar la susceptibilidad a los gérmenes, lo que explicaría algo aún más
importante: la razón por la cual de dos personas infectadas, una enfermaba
y otra no.
A pesar de que triunfó la idea del germen como agente causal, las ideas de
Claude Bernard continuaron en la obra de Walter Cannon (1871-1945), el
gran fisiólogo norteamericano que estudió por los años treinta los efectos
corporales de reacciones emocionales como el miedo o la ira. Estas
incluían, en especial, la secreción de hormonas de las glándulas
suprarrenales, que preparaban al organismo para huir o confrontar el
agente agresor. Con el tiempo a esta reacción general ante agentes
agresores del medio ambiente se le llamó stress, una de las palabras que
se han incorporado al léxico popular, en particular al de los sufridos
habitantes de las grandes ciudades y que se ha castellanizado como estrés.
Las investigaciones de Cannon fueron utilizadas por un psicoanalista,
Franz Alexander, para construir el concepto de medicina psicosomática, que
sirvió para documentar el papel que desempeñaba la angustia, que sería una
forma de estrés mespecífico, generado por el conflicto de deseos
prohibidos e inconscientes, en la generación de algunas enfermedades como
la úlcera péptica o la hipertensión arterial. El concepto fue muy fértil,
pero se convirtió en un tema polémico, en particular porque el factor
psicógeno era muy difícil de corroborar y porque empezó a establecerse que
múltiples enfermedades, además de las psicosomáticas clásicas, tenían un
factor emocional asociado a sus causas.
De hecho, los efectos nocivos del estrés se han documentado muy
ampliamente. Por ejemplo, la susceptibilidad a enfermedades infecciosas y
alérgicas aumenta con el estrés. Los cambios de vida importantes, como la
muerte de un ser cercano, cambios de estado civil, domicilio o trabajo
predisponen a múltiples enfermedades. En la mayoría de la gente su estado
de salud general refleja su estado emocional y, en algunos, la ansiedad
intensa puede ser incluso fatal. La base fisiológica de la muerte por
estrés fue establecida también por Cannon al estudiar casos de muerte en
ceremonias vudú. Pero también ocurre el caso contrario: el poder curativo
o paliativo de una relación médico-paciente basada en la confianza. En
este caso se encuentra el llamado efecto placebo, es decir, el efecto
benéfico que tiene una sustancia inocua, como simple azúcar, cuando se
administra a un paciente en la creencia de que se trata de un medicamento
eficaz. El interés popular sobre estos hechos ha generado un movimiento de
medicina holista en la que los factores emocionales y sociales de la
enfermedad se consideran fundamentales. Con todo esto ha quedado claro que
el estrés, la angustia y en general, los factores emocionales desempeñan
un papel fundamental en la adquisición y pérdida de la salud.
En los últimos años ha quedado establecida la cadena de sucesos biológicos
que conecta a la emoción con la pérdida y la recuperación de la salud. El
eslabón final de la cadena es el sistema inmunológico, que es el
responsable de la resistencia a múltiples enfermedades. El sistema tiene
dos ramas. Una no específica ataca a todas las entidades moleculares que
no pertenecen al organismo, y otra específica se encarga de identificar
moléculas particulares y elaborar contravenenos llamados anticuerpos. En
muchos casos el sistema tiene memoria y puede defenderse de futuros
ataques del mismo agresor o antígeno. La capacidad del sistema es enorme:
un ratón puede fabricar 100 millones de anticuerpos distintos.
En el otro extremo de la cadena se han identificado varias partes del
cerebro que se encargan de procesar las emociones. Todas ellas forman un
sistema cerebral llamado sistema límbico, una de cuyas partes es el
hipotálamo, un grupo de diminutos núcleos de neuronas situados en la base
central del cerebro. El hipotálamo es el mediador entre las diversas
emociones y las reacciones del resto del cuerpo ya que, como el auriga de
una carriola, mantiene a dos caballos bajo su control. El primero es el
sistema endocrino constituido por las glándulas de secreción interna,
incluidas las suprarrenales y al cual regula mediante un finísimo control
químico que se ejerce mediante un microsistema de vasos sanguíneos que lo
conectan con su vecina, la glándula hipófisis. El otro es el sistema
nervioso autónomo que regula la frecuencia cardiaca, la tensión arterial y
otras funciones consideradas involuntarias. El hipotálamo ejerce esta
función modificando el equilibrio de los dos componentes antagónicos del
sistema nervioso autónomo, llamados simpático y parasimpático. El primero
se activa con emociones como la alegría o la rabia, el segundo por el
descanso o el sueño.
Tenemos entonces al sistema inmunológico por un lado, y por otro al
sistema endocrino y al sistema nervioso autónomo controlados por el
hipotálamo. Hacía falta encontrar el eslabón entre estos dos grandes
sistemas para unir al estado emocional con la salud y la enfermedad. La
interdependencia de los dos grandes sistemas ha quedado establecida por la
demostración de que las respuestas inmunológicas pueden modificarse por
aprendizaje o por lesiones del cerebro. Además, algunas enfermedades
mentales, emociones como el duelo y actitudes negativas se correlacionan
con respuestas inmunológicas deficientes y con la aparición y el curso del
cáncer. A la inversa, las emociones y actitudes positivas tienen un efecto
curativo y reparador. La naturaleza de la relación entre el sistema neuro-endocrino
y el sistema inmunológico se ha aclarado con el descubrimiento de
conexiones anatómicas y fisiológicas entre ambos. En particular, algunas
moléculas que fungen como transmisoras de información entre las neuronas
tienen influencia notable sobre algunas respuestas inmunológicas. Estas
evidencias, aparte de haber dado origen a una nueva ciencia, la
psicoinmunología, nos colocan ante la posibilidad de elaborar una nueva
teoría de la salud y la enfermedad.
LA ESFERA DE LA EMOCIÓN
Como sucede con prácticamente todos los conceptos que se refieren a los
contenidos mentales, la palabra emoción significa un tipo de experiencia
subjetiva que puede ser parcialmente descrita por introspección, es decir,
de la cual podemos hablar. De esta forma sabemos que el movimiento del
afecto puede ser breve o prolongado, tener intensidades variables,
cualidades agradables o desagradables y que, usualmente, es involuntario.
Además, las distintas emociones se sienten intrínsecamente ligadas a
cambios corporales de dos tipos: gestos o movimientos espontáneos que
pueden ser controlados voluntariamente, y cambios en temperatura,
frecuencia cardiaca, sudoración y otros sobre las que existen menos
control.
Ahora bien, además de ser una experiencia íntima, quizás la más íntima de
todas, la emoción es una conducta en su fase de expresión; es decir que se
comunica entre individuos por gestos, actitudes, lenguaje y cualidad en el
comportamiento, como el tono de la voz, la actitud o el modo de ejecutar
cualquier acto. Pero son ciertos gestos faciales los que mejor informan
sobre el estado emocional.
En las últimas décadas Paul Ekman de la Universidad de California en San
Francisco se ha dedicado a reconocer y clasificar los rostros de la
emoción humana, expresiones que son transculturales. En efecto, todos los
seres humanos, sin importar su historia o medio cultural producen,
reconocen y tienen palabras equivalentes para referirse a seis emociones
básicas: la ira, la alegría, la tristeza, la sorpresa, el desdén y el
miedo. Esta evidencia implica que tales emociones están biológicamente
determinadas y son un bagaje genético de la especie humana. También la
reacción emocional al gesto específico parece tener una base biológica.
Esto se ha medido cuidadosamente con registros de contracciones de grupos
de músculos faciales y de señales como frecuencia cardiaca en sujetos
expuestos a fotos de personas haciendo gestos emocionales específicos. Lo
que se trasmite a través del gesto emocional es, entonces, una disposición
para la acción.
Esta idea fue originalmente sugerida por Darwin al analizar la continuidad
de este tema en La expresión de las emociones en los animales y en el
hombre, el otro clásico del gran biólogo inglés. Se puede decir que buena
parte de la etología clásica que surgió a partir de esta obra de Darwin se
dedicó a investigar en animales que vivían en su medio ambiente natural,
las posturas y acciones específicas que comunican tal disposición, como
las danzas de cortejo en las aves. La conclusión más general de esta
antigua línea de investigación es que las emociones incrementan las
posibilidades de sobrevivir al preparar al organismo para actuar
adecuadamente en respuesta a cambios en su medio ambiente y al trasmitir a
otros del mismo nicho información sobre sus acciones probables.
Ahora bien, aparte de sensación subjetiva y conducta objetiva, la emoción
es también un estado fisiológico. En tal estado hay que distinguir los
componentes viscerales que han sido ampliamente estudiados y que en
general incluyen un incremento en la actividad del corazón, la
respiración, la presión arterial o la sudoración. Todos estos cambios
están mediados por la activación de la rama simpática del sistema nervioso
autónomo. La relación de causa-efecto entre la sensación afectiva y los
cambios viscerales es compleja y tiene doble sentido; es decir que tanto
el estado emocional produce cambios en la actividad de las vísceras como
viceversa. Por otro lado, conviene recordar que tanto los cambios
viscerales como la conducta se gestan en el cerebro. Desde hace muchos
años se ha venido definiendo una serie de núcleos y zonas cerebrales que
participan en la sensación y la conducta emocionales. A ese conjunto de
estructuras interrelacionadas se les dio el nombre de sistema límbico e
incluyen, significativamente, zonas cerebrales de remota adquisición en la
encefalización de las especies, es decir, sectores filogenéticamente
antiguos y que son remanentes del cerebro olfatorio de nuestros ancestros
animales. Durante décadas estas estructuras fueron consideradas el
"cerebro emocional" y se tomaron como el asiento anatómico y funcional del
afecto, a diferencia de la corteza cerebral, de reciente adquisición en la
evolución humana y que se relacionaba con las actividades intelectuales.
Sin embargo, se ha encontrado que la corteza cerebral frontal, que
constituye la parte de más reciente adquisición en la evolución, también
tiene que ver con la emoción. Además, hay evidencias de que el hemisferio
cerebral no dominante para el lenguaje —el derecho en los sujetos
diestros— interviene más en la expresión y percepción de la emoción que el
izquierdo. Significativamente, ese mismo hemisferio es dominante para la
percepción musical.
La emoción es, así, un proceso complejo con, al menos, tres facetas:
sensación subjetiva, conducta expresiva y actividad fisiológica. Pero eso
no es todo. Se debe agregar la función ecológica y social que cumple la
emoción para comprenderla de una forma más cabal. No podemos entender la
emoción sin incluir al medio ambiente que la desencadena y que recibe la
consecutiva acción del organismo.
Veamos cómo Robert Plutchik, psicofisiólogo del Albert Einstein College of
Medicine de Nueva York relaciona los diversos lenguajes que se refieren a
la emoción. Ante un estímulo amenazante el aspecto afectivo dice "miedo,
terror", el intelectual "peligro", el conductual "retirada, escape" y el
funcional "protección". Otras equivalencias serían:
rabia-ataque-destrucción, alegría-cópula-reproducción, tristeza-solicitud
de ayuda-reintegración, disgusto-vómito-rechazo,
expectativa-examen-exploración y sorpresa-detención-orientación. Una
formulación aún más completa de las emociones debería incluir los
estímulos y los pensamientos asociados a estas listas.
En suma, las emociones llenan funciones adaptativas básicas directamente
relacionadas con la sobrevivencia mediante dos mecanismos: comunicar a
otros nuestras intenciones o curso de acción probable e incrementar el
propio potencial de adaptación al medio. De acuerdo con esta visión
ampliada, la emoción es una compleja reacción de un organismo a un
estímulo, que incluye su evaluación y valoración subjetivas, la
estimulación fisiológica preparatoria para la acción, así como los
impulsos y actos destinados a reaccionar ante el estímulo. Ahora bien, de
acuerdo con el éxito o fracaso en este mecanismo se gestan otras
experiencias emocionales que suelen tener una importancia decisiva, como
la satisfacción (objetivo conseguido), la excitación (objetivo
anticipado), la ansiedad (objetivo incierto), la frustración (objetivo
bloqueado), la depresión (objetivo perdido, ausente o improbable).
Además de sus múltiples facetas, la emoción varía en intensidad, se
modifica drásticamente de acuerdo con los deseos, actitudes y expectativas
y tiene un carácter polar que fue ya reconocido por Aristóteles. En
efecto, la alegría es opuesta a la tristeza, el odio al amor. Es decir,
podemos imaginar un modelo de la emoción compuesto por ejes de diversas
polaridades que se juntan en un centro y conforman una esfera con un
hemisferio positivo o agradable constituido por las emociones que nos
gustan y buscamos, y otro negativo o desagradable que son las que evitamos
y rechazamos. La motivación fundamental de la acción humana, según
escuelas tan distintas como el budismo o el psicoanálisis, consiste en
buscar las emociones positivas y huir de las negativas.
LA PUDOROSA CONCIENCIA DE UNA PLANTA
Una característica fundamental de los seres vivos es la capacidad de
responder a estímulos específicos. Muchas de estas respuestas no son
visibles, como sucede, por ejemplo, con la fotosíntesis que realizan las
células de las plantas en respuesta a la luz solar. Ahora bien, la palabra
sensibilidad nos sugiere la capacidad de respuesta externa o conductual
que muestran los individuos, la cual asociamos, de alguna manera, con la
conciencia. Al observar un organismo unicelular vivo al microscopio,
digamos a un paramecio o a una amiba en su fase activa, tenemos la
impresión de ver un organismo sensible, es decir, que reacciona
activamente a su medio y que por ello está animado. En general no
atribuimos sensibilidad a las plantas porque, aunque observamos que se
orientan hacia la luz, sus reacciones son demasiado lentas para sugerirnos
conciencia, al menos en el sentido que nos es familiar. Estos límites
entre organismos vivos de sensibilidad rápida o lenta son tan notorios que
separan a los llamados reinos vegetal y animal. Ahora bien, es fascinante
considerar los casos que violan las reglas o se colocan en los inciertos
linderos de las clasificaciones humanas, quizás porque alteran nuestra
visión ordenada del mundo y nos obligan a recapitular. Este es el caso de
los virus, que se ubican entre el mundo de la química y de la biología, ya
que pueden concebirse como moléculas muy complejas o como células muy
simples. Es decir, el virus es un sistema limítrofe en cuanto a su
estructura. Nada podemos decir de su sensibilidad.
Existe el caso de un organismo que se ubica en la zona incierta, desde el
punto de vista ya no de la estructura, pues se trata de una planta, sino
de su ostensible sensibilidad. Me refiero a la pequeña planta llamada
vergonzosa y que corresponde a la Mimosa pudica, una leguminosa que al ser
tocada cierra rápidamente sus hojuelas y desciende el peciolo en un
movimiento de contracción y retracción que le han valido su nombre vulgar.
Este no es un caso aislado en el mundo vegetal. Otras plantas exhiben
movimientos rápidos ante estímulos específicos, como sucede con las
plantas llamadas carnívoras y que en algunos documentales hemos visto con
inquietud cómo se cierran sobre los insectos.
El caso de la vergonzosa es especial porque uno puede dedicarse a jugar
con la planta observando una y otra vez su particular reacción al
contacto. Sin embargo, pronto el juego empieza a ser aburrido porque la
respuesta parece ser siempre la misma. En este punto nos damos cuenta de
que necesita haber algo más que sensibilidad para decir que un organismo
tiene conciencia, y ese algo es el aprendizaje. Es decir, esperamos que un
organismo auténticamente animado modifique sus respuestas en función ya no
del estímulo, sino de la experiencia. De hecho, la palabra experiencia nos
sugiere tanto la memoria como la sensibilidad. La modificación de la
respuesta implica que el organismo no sólo responda sino que almacene
información y se adapte al estímulo. El hecho de que la respuesta parezca
no modificarse nos podría recordar a una puerta que cruje al cerrarse.
Cada vez que la movemos hace el mismo ruido. Ciertamente la puerta no es
sensible porque no siente. Pero ¿qué sucede con la vergonzosa? Por
analogía podríamos afirmar que tampoco lo es, a no ser que la respuesta
pueda ser modificada por aprendizaje. La implicación de esta posibilidad
es profunda.
Seguramente así lo consideró Pfeffer en el siglo pasado, el primer autor
que mencionó que la respuesta de las hojas de la vergonzosa exhibía el
fenómeno más elemental de aprendizaje que conocemos: la habituación, es
decir, el decremento de la respuesta ante la repetición del estímulo. En
efecto, si se les estimula repetidamente a intervalos fijos y con la misma
intensidad, las hojuelas de la planta disminuyen la respuesta de
retraimiento hasta que dejan de responder por completo. Si se deja reposar
a la planta y se la estimula de nuevo, vuelve a responder. Ahora bien, hay
que considerar que la habituación en la vergonzosa podría sugerir fatiga
más que aprendizaje, sin embargo esta posibilidad se descartó al estimular
las hojas con gotas de agua o con un pincel. Una vez que disminuyó la
respuesta a uno de los dos estímulos, se probó que el otro era capaz de
evocar respuesta de inmediato. Esto quiere decir que la planta discrimina
entre estímulos y, como sucede con los animales, la habituación varía en
la vergonzosa con los intervalos y la intensidad del estímulo. Además se
ha encontrado que la respuesta de la planta pierde su sensibilidad en una
atmósfera de éter o cloroformo, es decir, que puede ser "anestesiada".
Ahora bien, para analizar más adecuadamente la analogía entre el
aprendizaje animal y estas reacciones de la vergonzosa es interesante
indagar si existen paralelismos en su fisiología. Los animales tienen un
mecanismo que detecta las señales del medio que llamamos percepción, otro
que responde a ellos, que llamamos conducta, y uno intermedio que los
asocia. La información fluye de la entrada a la salida mediante
potenciales eléctricos transferibles entre células por la liberación de
moléculas llamadas neurotrasmisores. Ciertamente la vergonzosa presenta
estructuras especializadas para la recepción del estímulo y organelos
motores responsables de su conducta. De mayor interés resulta que, como
sucede en los organismos animales, las reacciones de excitabilidad también
se deban a cambios en la permeabilidad de la membrana celular a iones
cargados eléctricamente y que son los responsables de sus propiedades
eléctricas. Estos fenómenos son característicos de las neuronas. Sin
embargo, las células excitables de la vergonzosa no son estructuralmente
neuronas, aunque algunas de ellas conduzcan la electricidad a lo largo de
sus prolongaciones, como sucede con los nervios.
Nos encontramos con un organismo que sin tener un sistema nervioso
anatómico tiene uno funcional que se comporta como el de los animales. Aún
más interesante resulta constatar que la vergonzosa contiene norepinefrina,
uno de los neurotrasmisores del sistema nervioso animal, y que esta
sustancia se concentra en los organelos y las células encargadas de la
excitabilidad. Sin embargo no se ha demostrado que la norepinefrina sea la
mediadora de los impulsos nerviosos.
En suma, estamos ante un organismo vegetal con una capacidad conductual
plástica mediada por un sistema excitable estructuralmente distinto pero
funcionalmente similar al sistema nervioso de los animales. Si aceptamos
que son las capacidades funcionales y no la composición fisicoquímica las
que están indisolublemente ligadas a la sensibilidad y a la conciencia,
nos veremos en la necesidad de otorgarle a la vergonzosa algún tipo de
subjetividad, así sea muy elemental y, lo que es más curioso,
cualitativamente distinta de la nuestra o de la que podemos inferir en los
animales.
EL DESARROLLO DE LA CONCIENCIA
El proceso que llamamos desarrollo está definido por la evolución de un
solo individuo desde estadios simples a otros más complejos y es patente
en las diversas etapas embrionarias o en los estratos de complejidad
creciente que alcanzan la conducta y la mente durante el crecimiento.
Dos de los más destacados psicólogos del siglo, Freud y Piaget, dedicaron
sus esfuerzos a esclarecer las etapas de desarrollo emocional y cognitivo
por las que atraviesan los niños. Su método fue totalmente distinto. En
tanto Freud intentó reconstruir el pasado mediante el análisis minucioso
de lamentalidad de los adultos y de una interpretación retrospectiva, casi
arqueológica, Piaget hizo observaciones y experimentos sobre el
pensamiento, la percepción y la inteligencia en niños y adolescentes
durante un periodo de casi medio siglo. Sin embargo, a pesar de las
diferencias, Freud y Piaget convienen en que el desarrollo ocurre por la
adquisición y consolidación de etapas sucesivas de complejidad creciente.
Lo saludable no es que las etapas sean aceleradas, sino que ocurran y se
establezcan adecuadamente, lo cual pone al individuo en condiciones de
emprender una nueva transformación. Se trata de una secuencia de periodos
de equilibrio, que permiten la consolidación de la etapa, y periodos de
desequilibrio, en los que el sistema cambia por rutas establecidas.
Ahora bien, en décadas recientes ha aparecido una nueva escuela de
psicólogos que han cuestionado si el desarrollo de las capacidades
mentales de los seres humanos llega a su término al final de la
adolescencia, como lo establecieron tanto Freud como Piaget. Su respuesta
es negativa: pruebas numerosas implican que el desarrollo puede continuar,
aunque no en todos los individuos adultos. Uno de los precursores de este
movimiento fue A. H. Maslow, profesor de psicología de la Universidad de
Brandeis quien, hacia 1967, introdujo, con base en el análisis de
múltiples ejemplos, la noción de individuos autoactualizados, aquellos que
consiguen un estado superior de gratificación por haber obtenido una
satisfacción de sus necesidades afectivas, una sensación de valor, de
pertenencia, de respeto. Han dejado atrás las vivencias de ansiedad,
inseguridad y aislamiento que fatigan a casi todos los humanos. Las
motivaciones que impulsan a estos individuos para llegar a esta etapa no
son las habituales, son gente dedicada a una labor que los sobrepasa,
tienen una misión apasionada en la vida, muchas veces de servicio. Han
seguido su vocación decididamente y con propósito, de tal manera que su
labor es su juego. Todos los seres humanos pueden seguir este camino y
tienen la capacidad de hacerlo, pero pocos lo hacen. Requiere un esfuerzo
intenso y sostenido. Requiere no hacer caso a muchos de los llamados de la
cultura imperante.
Maslow notó que ese camino es precisamente el que más han explorado las
psicologías tradicionales de múltiples culturas y cuya cima han logrado
los individuos paradigmáticos, es decir, los héroes de las mitologías, los
chamanes, los fundadores o exponentes destacados de sistemas religiosos y
algunos filósofos, científicos o artistas excepcionales. Estos son los
sabios y representan las etapas más elevadas del desarrollo humano, el
cual tiene como escenario la conciencia del individuo.
La escuela de psicología transpersonal que se desarrolló a partir de
Maslow ha intentado abordar el tema de la evolución de la conciencia. Para
ello ha echado mano, no siempre de una manera rigurosa, de las tradiciones
antiguas, de especulaciones sobre la naturaleza del conocimiento
científico, de los estados alterados de la conciencia. Una aportación que
causó gran interés provino de un físico, Friedhof Capra, quien en su libro
El tao de la física propuso que las nociones más avanzadas de la física
moderna se pueden comparar con la visión que los místicos de las más
diversas tradiciones adquieren del mundo. Entre ellas están la disolución
de la materia en una red de interacciones, la unificación de objeto y
sujeto en la observación, o la unidad del espacio y el tiempo en una sola
dimensión.
Otra área que cobró gran notoriedad fue el análisis de las técnicas
tradicionales para obtener estados de conciencia ampliados y que son
condición del desarrollo de la personalidad o del ser. Me refiero a las
diversas técnicas de meditación, tanto a las que se practican en Oriente
como en Occidente. Los estudios científicos demostraron que los estados de
concentración obtenidos por estas técnicas tenían efectos importantes
sobre múltiples variables bioquímicas y neurofisiológicas y se descubrió
el fenómeno de la biorretroalimentación, es decir, la posibilidad de
controlar funciones corporales consideradas autónomas, como el ritmo
electroencefalográfico, la frecuencia cardiaca, la presión arterial o la
secreción de hormonas, cuando al sujeto se le informa sobre estas señales
e identifica y cultiva los estados de conciencia que las modifican. Algo
que resulta interesante es que la meditación no sólo se considera objeto
de investigaciones de interés, sino que se plantea su práctica para
experimentar en uno mismo las vivencias, lo cual en la ciencia se ha
llamado autoexperiencia.
La estratificación de los diversos niveles de conciencia, como el ensueño,
la vigilia, la autoconciencia o el éxtasis, es tan diversa que otro de los
teóricos más conocidos de esta escuela, Charles C. Tart, ha defendido la
idea de que existen ciencias de estados específicos. Es decir, que las
observaciones y los datos sobre el mundo son tan diferentes en cada uno de
los estados de conciencia que es necesario hacer una ciencia, o sea, una
teorización y un cuerpo de evidencias, para cada uno. Independientemente
de esta idea, que dista de ser un hecho corroborado, la organización de la
conciencia en niveles es una de sus características fenomenológicas más
interesantes.
Desde luego que todos podemos distinguir diversos estados de vigilancia
cuando estamos despiertos. Uno es el estado normal de percepción digamos
automática que, con diferencias de estructura, probablemente compartimos
con el resto de los animales. Hay momentos en los que nos percatamos de
nosotros mismos, de nuestro cuerpo o de lo que ocurre en nuestra mente.
Este estado se ha denominado de reflexión o de autoconciencia y quizás sea
exclusivamente humano, aunque hay evidencias de que los grandes simios
tienen rudimentos de esta capacidad, por su comportamiento ante el espejo.
Es sólo en el estado de autoconciencia que podemos ejercer la voluntad.
Existen, como hemos visto ahora, estados aún superiores de conciencia con
demarcaciones y diferencias tan claras como las mencionadas para los
anteriores. La denominación más frecuente de estos niveles de conciencia
es la de éxtasis, pero hay una gran cantidad de términos gestados en
diversas culturas que posiblemente distingan componentes sutiles de ella.
Quizás la más grande topógrafa de este territorio haya sido, en nuestra
cultura, Santa Teresa de Ávila (1515-1582). En términos generales, la
adquisición y el uso de tales estados es uno de los factores que
caracteriza a los individuos paradigmáticos.
Es así que la psicología de la conciencia, nacida a principios de siglo
con William James (1842-1910), uno de los grandes precursores de la
psicología científica, y dejada de lado por los logros y la difusión del
psicoanálisis y de la psicología experimental de corte conductista, cobró
nueva vida en la década de los setenta. Esta nueva psicología de la
conciencia viene a replantear lo que la psicología más antigua había
llevado a sus consecuencias finales: el hecho de que el estado habitual de
conciencia de los seres humanos normalmente se encuentre muy por debajo de
lo óptimo, de tal forma que puede considerarse en buena parte ilusorio; de
que es posible alcanzar estados más desarrollados de la conciencia
mediante adiestramiento, y de que este proceso es vivencial y no es
fácilmente comunicable por el lenguaje.
José Luis Díaz
LECTURAS
Calhoun, C., R. C. Solomon (1984/1989), ¿Qué es una emoción?, FCE, México.
Capra, F. (1975), The Tao of Physics, Shambala, Boulder.
Ekman, P., W. V. Friesen, P. Ellsworth (1972), Emotion in the Human Face,
Pergamon, Nueva York.
Humphrey, N. (1983/1987), La reconquisia de la conciencia, FCE, México.
Klein, D. B. (1984/1989), El concepto de la conciencia, FCE, México.
Maslow, A. H. (1968/1979), El hombre autorrealizado, Kairós, Barcelona.
Melnechuk, T. (1988), "Emotions, Brain, Immunity, and Health: A Review",
en Emotions and Psychopathology, M. Clynes y J. Panskeep (compiladores),
Plenum Press, Nueva York, pp. 181-247.
Plomin, R. (1989), "Environment and Genes. Determinants of Behavior",
American Psychologist 44, pp. 105-111.
Sanberg, P. R. (1976), "Neural Capacity in Mimosa Pudica: A Review,
Behavioral Biology 17, pp. 435-452,1976
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