La manipulación en las
relaciones jerárquicas
Las relaciones jerárquicas son a menudo difíciles,
complejas, en las empresas, incluso aunque ambas partes se
manifiesten con autenticidad y buena voluntad; pero son todavía más
complicadas cuando, en perjuicio de la efectividad y la satisfacción
profesional, el cinismo, la mentira y la manipulación se convierten
en herramientas de comunicación (incomunicación) de uso frecuente.
Hay sin duda relaciones ejemplares, pero hemos de convenir en que se
trata —la comunicación vertical— de una asignatura pendiente, otra
más, en no pocos casos.
Ya, utilizando mi seudónimo habitual, publiqué un primer avance
sobre el tema, para tratar de recoger feedback enriquecedor, y
evaluar la inquietud de jefes y subordinados por la comunicación en
las relaciones jerárquicas. En realidad, casi todos los comentarios
recibidos vinieron de colegas que me conocían, lo que me hizo pensar
que manipuladores y manipulados no deseaban contribuir al debate
abiertamente, aunque sí quizá reflexionar al respecto. Yo sí he
seguido haciéndolo, porque la comunicación en la empresa ha de
mejorar, si también deseamos que mejore la productividad y la
competitividad.
Todos nos manipulamos un poco unos a otros, incluso sin especiales
intenciones; pero entendamos aquí por manipulación aquellas
prácticas orientadas al provecho de quien la practica, o a dañar al
manipulado. Podría manipularse en la empresa a favor del interés
general, pero incluso entonces la manipulación consciente sería
cuestionable, primero porque vulnera la dignidad del individuo y
también porque éste, si no en tiempo real, acaba detectando la
maquiavélica estrategia. Sin ánimo de generalizar, diría que
manipula el jefe, y que lo hace igualmente el trabajador; todos,
buscando víctimas entre quienes se muestren menos perspicaces.
Insisto: no cabe por supuesto generalizar, sino, precisamente,
aislar a los más falsos.
¿Por qué desvelar a los manipuladores? En beneficio de la
autenticidad, la confianza, la sinergia, la manifestación del
capital humano, la productividad, el compromiso y tantos otros
elementos a catalizar en la empresa. Reflexionemos sobre la
manipulación empezando por los directivos; pero después recordaremos
igualmente cómo pueden manipular los subordinados, tanto a sus jefes
como a otros trabajadores. Mi mensaje es “No manipularás”, porque
creo que no debe hacerse; aunque ya cuento con que los manipuladores
seguirán manipulando…, e incluso puede que aprendan aquí nuevas
fórmulas.
Directivos manipuladores
Dirigir, liderar, gestionar, comprometer, motivar, responsabilizar,
instruir… Sin duda los directivos han de determinar el qué, y aun
influir en el cómo, cuánto, cuándo, etc., de la actuación de los
trabajadores; así era antes y también es ahora, aunque la economía
del saber demande unas específicas relaciones jerárquicas. En
efecto, los directivos despliegan su autoridad e influencia sobre
los profesionales de su entorno, para asegurar la sinergia tras las
metas empresariales y la satisfacción de los clientes; pero esta
dirección-motivación-influencia habría de guardar distancia con las
poco deseables prácticas que aquí identificaremos.
Apunto al jefe que, por ejemplo, impide deliberadamente que el
subordinado pueda cumplir todos sus compromisos; al que hace
responsable a un subordinado del trabajo de otros, sin decírselo a
éstos; al que hace de la promesa una herramienta de gestión; al
empresario que está siempre hablando de supuestas pérdidas de la
empresa ante los trabajadores... Manipulador es el jefe que siempre
tiene preparado un chivo expiatorio (quizá para sus propios errores
como jefe), o el adulador que aprovecha la ocasión para pedir cosas
que de otro modo no obtendría.
Entre quienes se consideran más listos, parece sobrevivir la
creencia de que la gente es tonta; pero esto es un error, dentro y
fuera de las empresas: un error propio de quienes no perciben
suficientemente bien las realidades. Hay que destacar, desde luego,
la ejemplaridad de muchos directivos en sus relaciones
interpersonales, pero también son muchos -demasiados- los
manipuladores, incluso sin que la manipulación o la mentira resulten
útiles a ningún fin que valga la pena.
Nos recordaba Eduardo Punset en un libro reciente: “Probablemente,
el gran salto evolutivo entre los homínidos se produjo el día en que
uno de aquellos seres fue capaz de intuir lo que estaba cavilando
otro miembro de su grupo. Saber lo que estaba pensando su
interlocutor le permitió ayudarlo… o manipularlo. Esta tendencia a
convencer a los demás de nuestras propias opiniones o a intentar
manipular a los demás parece no haberse interrumpido desde
entonces”. Punset destaca por ello la necesidad del pensamiento
crítico, y por cierto quien esto escribe publicó el año pasado
varios artículos sobre este pensamiento reflexivo y penetrante,
esmerado e indagador, riguroso e independiente, que permite llegar a
conclusiones propias y acertadas.
El pensamiento crítico, distinto de la criticidad y el escepticismo,
contribuye a neutralizar la manipulación, y resulta especialmente
preciso en la Sociedad de la Información: por eso me adherí al
critical thinking movement y al information fluency movement.
Efectivamente, hemos de estudiar con cautela la mucha información
que nos circunda, para no hacer falsos aprendizajes... Pero cierro
la digresión y vuelvo a las relaciones jerárquicas.
Buscando formas de interpretar el liderazgo, también he topado con
la idea de manipular, y he encontrado frases como “El líder perfecto
ha sido Hitler”. A la pregunta de cuál es el papel del directivo
dentro de las empresas, Juan Luis Arsuaga, conocido paleoantropólogo,
responde: “Manipular. Suena un poco descarnado, pero es así…”.
Añade: “Un líder es el que tiene capacidad para conducir a la gente
en la dirección que él quiera. Soy consciente de que Hitler fue
nefasto, pero fue un líder”. Arsuaga apuesta por subordinados con
criterio propio, capaces de pensar por sí mismos. Recuerdo empero
que para el prestigioso orador J. Fernández Aguado, Hitler no fue un
líder sino un alborotador.
En efecto, los defensores del término liderazgo en la empresa
descartan incluir a Hitler y otros personajes comparables; pero el
hecho es que introduciendo “Hitler” y “leader” en Google, aparecen
varios millones de resultados. Por otra parte, de grandes “líderes”
empresariales hemos conocido luego su codicia y su corrupción, o
hemos comprobado que el destino a que conducían a sus seguidores era
una organización en alto grado jibarizada (extraordinariamente
reducida).
Ahora, si el lector sigue ahí, vamos a desplegar conductas
manipuladoras para identificar mejor de qué hablamos:
a) Las promesas
Las promesas (que no siempre se podían cumplir) facilitaban el
control de la voluntad de los subordinados, porque desplazaban al
trabajador hacia el servicio al jefe, lo que reducía la
profesionalidad de la relación; dicho de otro modo, constituían una
cierta corrupción alienante, incluso incorporando la fórmula del “no
te prometo nada”. Debería erradicarse del todo esta práctica en
beneficio de los sistemas formales de incentivos y promociones,
tanto porque la promesa supone mostrar un poder que tal vez no se
tiene, como porque ya casi nadie se deja engañar. Cosa distinta es
hablar de perspectivas de la empresa, en tono de horizontalidad y
sin ánimo escondido.
Ya al nivel de promesas corporativas, el primer ejecutivo podría
—pensemos en un proceso de cambio— prometer un futuro atractivo sin
aludir al coste a pagar: sé de alguno que hablaba de siete años de
vacas flacas antes de que llegaran las gordas (que no llegaron
nunca) y que, mientras, redujo la plantilla a la décima parte. Por
otra parte, el público alarde de logros futuros tales como doblar o
triplicar la facturación, o la conquista de nuevos mercados, suena
sospechoso.
(En relación con esto último, ha relatado a veces el caso de Bodegas
Vinartis, propiedad entonces de Nazca Capital, con insistentes
apariciones de sus ejecutivos en los medios durante 2004, para
exhibir sus logros venideros. No llegaron tales éxitos, y las
bodegas hubieron de venderse a un precio inferior al pagado por
ellas. Parecía haber prisa por trasladar una imagen de solidez al
mercado; una imagen que quizá no se correspondía con la realidad).
b) La generación de deudas de gratitud
El jefe manipulador utiliza la información, los acontecimientos y
las oportunidades para nutrir la gratitud de sus subordinados y
asegurarse su voluntad, pero esto no parece tener mucho en común con
la profesionalidad que (supuestamente) se nos exige en el siglo XXI.
Sin duda hay espacio, cómo no, para los sentimientos y emociones en
el desempeño cotidiano, y para los favores y agradecimientos; pero
la maquiavélica creación de deudas de gratitud me parece condenable,
si el lector asiente.
La cooperación de unos con otros en beneficio de los objetivos
colectivos debería ser una constante; pero el deseo de cobrarse
supuestos favores apunta a la compra-venta de voluntades, lo que
suena inicuo. En la empresa —por salir de nuevo de la relación
jefe-subordinado—, un contratante de servicios externos ha de buscar
la mejor relación calidad-precio, y no la mayor comisión del
proveedor.
c) El proselitismo
Puede que el jefe manipulador trate de incorporar al subordinado a
alguna corriente de opinión, familia “política” o grupo de trabajo,
en perjuicio de su independencia de pensamiento. Al respecto,
recuerdo que leí unas declaraciones de un conocido directivo: “En mi
equipo no quiero líderes. Creo que mis subordinados tienen que ser
capaces de pensar por sí mismos”. En efecto, si limitáramos o
condicionáramos el pensamiento de un individuo, además de vulnerar
su plenitud de ser humano estaríamos probablemente desperdiciando
inteligencia.
Desde luego, y llevando la reflexión al nivel corporativo, cada
organización decide si desea trabajadores dóciles y adoctrinados, o
pensadores más independientes, capaces, por ejemplo, de contribuir a
la innovación. La literatura del management nos ofrece modelos de
liderazgo para uno y otro caso, aunque la propia división entre
líderes y seguidores llame tal vez a sospecha, como sugeríamos. En
verdad, allá donde se habla mucho de liderazgo también suele haber
buena dosis de doctrina y liturgia, no siempre en beneficio de la
profesionalidad.
d) El encasillamiento
También puede ocurrir que un jefe encasille intencionadamente al
subordinado en una especie de estereotipo, para generar justamente
las conductas contrarias, o bien para neutralizarlo en caso
necesario. Por ejemplo, si el individuo procura alertar sobre
riesgos o dificultades que el manipulador desea ocultar, éste podría
tildarlo de pesimista o negativo, y descalificar así sus
aportaciones. También puede el jefe calificar de neurótico a un
subordinado, y poder neutralizar así su posible indignación ante
cualquier abuso.
Como experiencia propia, yo recuerdo que hace más de diez años mi
jefe me repetía que yo era un individualista y que no sabía
funcionar en equipo. Con la ventaja que da el paso del tiempo, sigo
pensando que aquella movida del trabajo en equipo era más alienante
que alineante, y yo quería hacer entonces otras cosas, abordar
nuevos temas, profundizar en otros...; sí, como consultor iba yo un
poco por libre, lo que debía suponer una cierta amenaza: si surgía
una nueva área en que trabajar, no debía ser yo quien la
descubriera, sino el jefe. Recuerdo esto porque puede estar pasando
en más de un sitio.
e) La falsedad
Simplemente mintiendo también puede, desde luego, el manipulador
facilitar el logro de sus propósitos, aunque debe cuidar de no
delatarse demasiado, por ejemplo, con el exceso de explicaciones.
Tal vez, el mentiroso se excede en detalles para convencerse a sí
mismo de la consistencia de sus argumentos; pero eso activa la
intuición de los demás. Quizá haya que mentir en alguna ocasión
(cuando la verdad resulte aún más perjudicial), pero no cabe
utilizar el engaño en beneficio propio, ni de modo sistemático.
Naturalmente, esta práctica se presenta con diferentes caras, e
incluye la ocultación de información; pero hemos de insistir en que
hay mayoría de directivos que apuesta por la verdad y la
transparencia, tal vez para poder exigirla mejor a sus
colaboradores. Desde luego, la mentira acaba con la confianza, que
constituye un elemento imprescindible para la buena marcha de las
organizaciones.
f) La interpretación adulterada de los hechos
En verdad, todos percibimos la realidad de modo doblemente parcial
(por incompleta y por interesada). El cerebro tiende, por una parte,
a cubrir cualquier carencia de información con imaginaciones o
suposiciones, y además percibimos los hechos afectados por nuestras
creencias, sentimientos, inquietudes y deseos; o sea, cada uno a su
manera. Esto facilita que el jefe pueda aprovechar, consciente o
inconscientemente, su posición de poder para imponer sesgadas
lecturas de los acontecimientos o las informaciones manejadas.
De nuevo traería aquí al lector la necesidad del pensamiento
crítico, es decir, de pensar por nosotros mismos, llegando a
conclusiones propias; lo contrario sería en cierto modo renunciar a
nuestra condición de ser humano adulto.
g) La seducción
El jefe manipulador puede conquistar la voluntad de sus subordinados
ejerciendo atractivo por razones de índole diversa, y aún, en algún
caso, simplemente siendo amable, practicando intencionado stroking,
etc. Si ya el atractivo físico nos mueve a todos en nuestra vida
social, igual nos ocurre con otros atractivos, y el jefe seductor
tiene habilidad para hacer uso de ello, ora luciendo sus
reconocimientos, fortalezas o méritos, ora contando con la
disposición-admiración de sus subordinados, para pedirles cualquier
cosa de legitimidad profesional discutible.
Hasta aquí algunas manifestaciones de la intención manipuladora de
algunos jefes, ante las cuales se acaba probablemente disparando la
intuición de la víctima, si no lo hace antes la razón analítica. O
sea, antes o después, el manipulador es descubierto y la confianza
se quiebra en la relación. No es que la manipulación sea el peor de
los pecados del jefe, pero es del que nos hemos ocupado, con las
reservas ya expresadas e insistiendo en salvar a los inocentes, que
también son muchos.
Pero, ¿y los trabajadores?
¿Acaso no manipula también el subordinado al jefe? Pues sí,
naturalmente y también con intenciones de cuestionable legitimidad.
Si hay comunicación, hay que contar con alguna dosis de
manipulación. De hecho, recuerdo haber leído recientemente unos
consejos para “educar” al jefe: ignorar sus conductas negativas y
premiar las positivas. Esto, si diera resultado, sería una
manipulación muy útil y legítima; pero ya les decía al principio:
igual que cuando hablamos de empatía lo hacemos de la “buena”
empatía, al hablar aquí de manipulación deseo hacerlo de la “mala”
manipulación.
Como realmente manipular al jefe no es tan frecuente, enfocaré, por
más comunes, conductas manipuladoras de unos trabajadores ante
otros, sin descartar empero el caso ascendente.
a) Adulación
Hay quien pide ayuda a compañeros en tareas sencillas y no tan
sencillas con aquello del “tú lo haces muy bien”, etc., y lo hace
sin malas intenciones; pero también se hace a veces con malicia,
para eludir trabajo o para, en caso de problemas, poder contar con
otro culpable. Puede estar ocurriendo con más frecuencia allá donde
el jefe siempre ande a la captura de culpables y reine el miedo.
Todos necesitamos sentirnos estimados en nuestro trabajo, y hemos de
reconocer méritos ajenos para que igualmente se reconozcan los
nuestros; pero esto ha de hacerse en favor del clima de trabajo y el
espíritu de equipo. La adulación implica intenciones ocultas, y
resulta condenable.
b) Cultivar ascendencia
Puede haber trabajadores que, por ejemplo, aprovechen la inicial
ignorancia funcional de los recién incorporados para cultivar su
influencia sobre éstos; o que aprovechen su posible relación de
privilegio con el jefe para esto mismo: para sentirse por encima de
los demás. El ascendiente ilegítimo podría facilitar las cosas a la
hora de soltar una patata caliente, o simplemente descargarse de
trabajo propio. Es, obviamente, la profesionalidad y el respeto
mutuo lo que ha de imperar, sin perjuicio del necesario ejercicio
tutelar sobre los júniores, o la asunción de responsabilidades
colectivas en algunos proyectos.
c) Vender como favor la propia tarea
Pongamos ejemplos sin ánimo de generalizar: pensemos en el técnico
de mantenimiento de los ordenadores que, quizá sin resolver en
realidad cada vez todos los problemas, consigue empero que le
estemos agradecidos; pensemos igualmente en quienes han de
facilitarnos alguna información y esperan a que la pidamos numerosas
veces, etc. Recuerdo que, trabajando en una gran empresa, pedía yo
recambio para el portaminas y me daban cada vez una o dos minas:
acabé comprándome cajitas de doce unidades en el supermercado del
barrio.
El cultivo de la profesionalidad
En efecto, todo lo anterior desaparecería o se reduciría si fuéramos
todos más profesionales en nuestras relaciones internas (y
externas), tanto en las verticales como en las horizontales. Pero
topamos con la realidad. En las empresas se paga bastante más el
ejercicio del poder que la posesión del saber, y gran parte de los
universitarios desean ser directivos lo antes posible; se persigue
ciertamente el poder en las organizaciones, y ello conlleva buena
dosis de politiqueo y manipuleo. Si los esfuerzos desplegados en la
defensa y la persecución del poder se aplicaran a la prosperidad,
las empresas serían más prósperas; pero, en grandes compañías, no
pocos ejecutivos se enriquecen mientras sus empresas se empobrecen,
y hemos conocido escándalos increíbles protagonizados por quienes
eran considerados grandes líderes empresariales.
Temo que la proclamación del liderazgo, con su acompañamiento
doctrinal y litúrgico en grandes empresas, no haya sido más que una
red herring para ocultar lo impresentable, pero llegue el lector a
sus conclusiones sin olvidar los elevados sueldos que se asignan los
ejecutivos. Sigamos -ya queda poco- con la manipulación, y la
solución de profesionalidad que parece reclamar la economía.
Cada organización ha de establecer el modelo de relaciones
jerárquicas que más convenga a sus propósitos, pero sin duda un
trabajador con una sólida formación curricular, y que además
practique el aprendizaje permanente, constituye un valor a cuidar,
un activo a aprovechar. Dicho de otro modo, el perfil del
“trabajador del conocimiento” viene a hacernos reconsiderar la
tradicional distancia entre el “nosotros” y el “ellos” en las
empresas. Un trabajador experto, capaz de contribuir a la
inexcusable innovación, no debería ser objeto de manipulación y tal
vez ni siquiera debería ser visto como seguidor de un líder; quizá,
según el caso, debería protagonizar su desempeño profesional
autoliderándose tras metas convenidas.
La economía del conocimiento parece exigir, por una parte,
trabajadores expertos que no dejen de aprender (profesionales
técnicos), y por otra, buenos profesionales de la gestión
empresarial (directivos). El profesional sabe hacer lo que es
preciso hacer, y lo hace con disciplina, esmero y convicción; de
modo que quizá fuera más útil impulsar y cultivar la profesionalidad
y el protagonismo de todos, y no tanto el liderazgo de unos y el
seguidismo de otros. El lector puede quizá fruncir el ceño, porque
sin duda a cada realidad corresponden soluciones particulares.
Mensajes finales
Se dice que el fin no justifica los medios pero, siendo Maquiavelo
una vigente referencia para el ejercicio del management, a menudo
parece que en la empresa sí. Ciertamente, en cada empresa puede
haber espacio para la integridad y la ética… o no haberlo: el hecho,
por ejemplo, de que se proclame la responsabilidad social
corporativa no asegura nada. Llevando la reflexión a nivel personal,
los individuos nos situamos en algún punto, dentro o fuera del
espacio existente entre la integridad y la corrupción. Se trata de
una opción que afecta a las relaciones con los clientes,
proveedores, colegas, jefes y subordinados, en nuestro desempeño
profesional. La manipulación constituye de entrada una corrupción de
la comunicación, y de ahí a más.
Sostiene Robert K. Cooper (en Executive EQ) que casi todos los
directivos creen obrar siempre con profesionalidad e integridad: en
sus relaciones y en sus decisiones. La verdad es que, por un lado,
cada uno de nosotros tiene su propia visión de la realidad y de lo
que es correcto e incorrecto; por otro, no siempre elegimos lo que
nos parece más correcto al desplegar actuaciones; y por otro más, a
veces incurrimos en el autoengaño, queriendo ver como justas y
acertadas las actuaciones propias que no lo son.
Pensará el lector que todo esto es muy complejo, y que en beneficio
colectivo no siempre se pueden o deben decir las verdades a los
subordinados; pero, llegado el caso, todos sabemos si estamos
mintiendo de buena o mala fe. Y pensará también el lector que unas
relaciones profesionales precisan de profesionalidad en ambos lados:
jefes y subordinados; así es, sin duda, y por eso quizá el directivo
debería catalizar y cultivar la profesionalidad y protagonismo de
sus subordinados, y no tanto el seguidismo o la complicidad.
No, seguramente no vale todo en la empresa; ni por amor de los
resultados anuales, ni, mucho menos, por el beneficio propio. No es
sólo una cuestión moral: es que los trabajadores no son tan
manipulables como parece, y resulta caro conquistar voluntades para
determinados fines. Gracias por su atención y ya saben: no pretendo
llevar razón, sino provocar reflexiones en trabajadores y
directivos.
José Enebral Fernández
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