Segundo Paso — El nacimiento del ego
“El siguiente paso”, prosiguió Merlín, “anuncia la
entrada en escena del ego, el sentido del ‘yo’. Para que haya un
‘yo’ también debe existir un ‘tú’ o un ‘aquello’. El nacimiento del
ego es el nacimiento de la dualidad. Marca el principio de los
contrarios y, por lo tanto, de la oposición. Aunque cada nuevo paso
de la alquimia hace tambalear al anterior y pone el mundo al revés,
esta revolución es quizás la más espantosa. ¡Han dejado de ser
dioses!
“Imaginen un ser que se siente omnipotente en su mundo. A donde
quiera que mira encuentra el reflejo de sí mismo. De pronto,
comienza a ver a las personas y a las cosas como creaciones
separadas. Ninguno de ustedes recuerda este suceso aterrador porque
ocurrió en la primera infancia. Sin embargo, fue un cambio
estremecedor, casi como un nuevo nacimiento. Eran felices como
dioses y nacieron a la mortalidad”. “También fue un nacimiento al
dolor”, dijo Percival. “¿Era absolutamente necesario este paso?”
“Ah, claro que sí. Ya les dije, las semillas y las tendencias.
Cuando la curiosidad del bebé lo lleva a fijar su atención afuera de
sí mismo, ¿qué es lo que ve? Primero, el rostro de su madre. De
acuerdo con el plan de la naturaleza, el bebé responde
automáticamente a su madre como a una fuente de amor y alimento.
Pero es una fuente externa a sí mismo. He ahí la trampa, porque por
perfecto que sea el amor materno, no es amor propio y, durante
muchos años; ustedes suspirarán por la pérdida del amor perfecto,
sólo para darse cuenta de que el objeto de su nostalgia es el amor
por ustedes mismos antes de que los demás aparecieran en escena.
“Al principio, no había separación. Cuando el bebé tocaba el seno de
la madre, o su cuna, o la pared, sentía que todas esas cosas eran
una sola sensación continua sin divisiones. Sin embargo, al poco
tiempo todos los bebés se dan cuenta de que hay algo más aparte de
ellos mismos: el mundo exterior. El ego dice: ‘este soy yo, ése no
soy yo’. Y gradualmente comienza a identificar algunas cosas con su
‘yo’ — su mamá, sus juguetes, su hambre, su dolor, su cama. Tan
pronto como emergen las preferencias se perfila todo un mundo que no
es “él” — no es su mama, no son sus juguetes, y así sucesivamente.
“No puede recordar ese nacimiento, como tú lo llamas”, dijo Percival.
“Pero si lo que dices es cierto, entonces fue en ese momento cuando
comenzó la búsqueda del Grial. ¿Dónde más podría comenzar sino en la
separación?” “Si. Mientras ustedes los mortales se sentían divinos,
no había necesidad de salir a recuperar la bendición de Dios”,
coincidió Merlín. “Pero en la separación comenzaron a buscarse a sí
mismos en los objetos y los sucesos. Perdieron la capacidad de verse
a sí mismos como la fuente verdadera de todo lo que es. Para el bebé
no era equivocado sentirse la fuente de la vida. Pero a medida que
comienza a explorar el mundo exterior y a fascinarse por sus
objetos, liga su felicidad a ellos. Esto es lo que denominamos
referencia al objeto, la cual reemplaza la autorreferencia presente
en el bebé”.
“¿Y este paso no se pierde también a medida que el niño continúa
avanzando?”, preguntó Galahad. “Nada se pierde nunca. El nacimiento
del ego dio lugar a aspectos que todavía pueden percibir en ustedes
mismos: el temor al abandono, la necesidad de aprobación, la
necesidad de poseer, la angustia ante la separación, la preocupación
por sí mismos, la autocompasión. Desarrollaron adicción por el mundo
y continúan siendo adictos, porque ya no pudieron sentir la plenitud
de la misma manera simple como la siente un bebé.
Deepak Chopra, fragmento de El sendero del Mago
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