El conflicto, "exaltación"   

 

¿Cómo nos han enseñado los medios de comunicación y la sociedad a enfrentarnos con las disputas? Si está colérico, ¡desahóguese y tranquilícese! Si está enfadado con alguien, ¡péguele!

¿De qué forma nos ha aconsejado la televisión, guardiana de las masas inconscientes, a resolver nuestras desavenencias? Bien, si realmente uno está furioso con alguien, saca una pistola y lo mata. Si quiere sentirse bien haciéndolo, le sacude un poco física y emocionalmente. Si además quiere ser verdaderamente civilizado, le hace reproches para que se sienta como un idiota. Y para ser super-civilizado, sencillamente le pone un "pleito".

El conflicto es como una droga. Es excitante, nos da una sensación de falso poder, los medios de comunicación lo ponen de relieve y nos acostumbramos a ello mientras seguimos odiando, somos casi adictos a su presencia en nuestras vidas.

El comportamiento agresivo a menudo nos produce un estado de "exaltación" que nos hace detestar el tener que abandonarlo. Para muchas personas que han recibido una buena formación en la escuela del pensamiento competitivo "derrotar" a alguien, ya sea en el campo de fútbol o en los tribunales, es muy estimulante.

Por esta razón, en el despiadado mundo de las estrategias legales, con frecuencia mucha gente considera la mediación como un método demasiado "blando" para hacer frente a las disputas. Por alguna extraña transformación en el razonamiento de las masas, se ha llegado a considerar "impropio" del hombre o de la mujer el admitir que la otra persona tenga tanto derecho a sus opiniones como nosotros.

Así que cuando le digo a la gente: "Bueno, ahora, la verdadera forma de tratar el conflicto es evitándolo", es como si les quitara su caramelo. Les estoy quitando el estímulo del conflicto de sus vidas. También se supone que les estoy quitando su derecho a actuar según sus sentimientos y creencias, cualesquiera que éstas sean. Cuando se propone la idea de sentarse a hablar con alguien para llegar a un acuerdo común, la gente reacciona como si se les hubiera sugerido que abandonaran algo que es un derecho de nacimiento.

Es cierto que el conflicto es una parte inevitable de la vida. Pero no es cierto que la única forma de tratar con él sea provocarlo más con la furiosa insistencia de nuestro real derecho de convertirnos en enemigos de todos.

La única forma real de ganar una disputa es asegurándonos que ambas partes llegan a un entendimiento en el que se satisface el mayor número posible de necesidades mutuas. Una victoria basada en la venganza, la fuerza o en el sometimiento emocional o legal del contrario a una sumisión, para mí no es una victoria sino una violación.

El "ganador" puede haber obtenido lo que creía desear, a nivel económico, de control o satisfacción por haberse demostrado su razón. Pero el conflicto esencial no se ha resuelto y posiblemente continuará contaminando las vidas de los participantes para siempre.

Por desgracia, nuestra pleiteante sociedad ha promovido el nefasto concepto de "ataque y defensa" hasta los límites del absurdo. Según los tres métodos tradicionales de los Estados Unidos para tratar las disputas -litigio, arbitraje o negociación con-el adversario estamos fomentando un principio básico subyacente: en las situaciones difíciles la otra persona es un adversario.

Por eso las dos partes deben enfrentarse inevitablemente en algún tipo de encuentro hostil o, por lo menos, amenazar con tal encuentro. Debido a esta actitud profundamente arraigada y aprobada culturalmente, la mayor parte de nosotros estamos condicionados a ver a la otra persona como el "enemigo". En cada encuentro buscamos la "razón" y la "falta". Señalar al contrario es una forma aceptada de conducta; asumir la responsabilidad de nuestras propias acciones y mirar hacia adentro para hallar respuestas sinceras, se evita justificada y conscientemente.

Sacando el conflicto hacia afuera

Puede que a mucha gente le sorprenda que los conflictos externos sean casi siempre el espejo de nuestros propios conflictos internos, los problemas internos que no hemos resuelto o ni siquiera admitido.

La mayoría nos involucramos en un conflicto porque no tenemos claro quiénes somos o qué queremos. Nos resentimos con los demás por aprovecharse de nosotros, cuando en realidad nosotros lo hemos permitido. En nuestra carrera nos enfrentamos con opciones conflictivas y no sabemos hacia dónde tirar. Necesitamos desesperadamente comunicar nuestros sentimientos más profundos a nuestro esposo, esposa o amante, pero tenemos pánico de su respuesta. Y así, nos quedamos en silencio, frustrados e infelices.

Estos estados son generalmente producto de nuestra confianza en el proceso "racional" de pensamiento y de nuestra falta de predisposición para darnos suficiente tiempo y espacio para reflexionar en silencio y pacientemente, a fin de descubrir lo que está pasando dentro de nosotros. Tendemos a tomar decisiones rápidas fundadas en el fenómeno mental o en acciones socialmente aceptadas.

Pero cuanto más importante sea la decisión al nivel de propósito o dirección que queramos seguir en nuestra vida -ya sea una relación que queramos comenzar o terminar, un traslado laboral o una decisión en nuestra carrera- más necesitaremos tomarnos una hora, un día, una semana, un mes o incluso un año sin otro fin que el de escuchar nuestra voz interior sin ningún condicionamiento.

La mente racional sencillamente no puede descender al nivel intuitivo en el que se han de tomar las decisiones importantes. Puede trabajar con intuición, pero no puede forzarla. Escuchar nuestra intuición -los mensajes no verbales y no racionales que recibimos- es el primer paso en el sendero del auto-conocimiento y de comprender a los demás. Que es, a su vez, el ingrediente más esencial para evitar o resolver con éxito los conflictos...

Joel Edelman y Mary Beth Crain, El Tao de la Negociación

 

 

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