Superficialidad  

 

¿Qué es la visión esclarecida y cabal? La que se ha ido liberando de los errores básicos de la mente, ha superado los oscurecimientos y trabas y está capacitada, basándose en una percepción y un conocimiento correctos, para ver las cosas de manera más panorámica, completa, penetrativa y perspicaz. Pero si algo le falta a la visión superficial, y por tanto parcial, son todos esos componentes que liberan la visión de impurezas y la hacen portadora de sabiduría, convirtiéndola en más fiable para decidir, optar, hacer y comportarse. Del mismo modo que se ha dicho que la mayor mentira es la verdad a medias, podríamos decir que no hay visión más desorientadora y distorsionante que la visión superficial y parcial y, por supuesto, los juicios superficiales, los entendimientos superficiales y las apreciaciones superficiales. Son inductores de confusión, equívocos, distorsión, error. Empero, la mayoría de las personas somos tan superficiales como parciales en nuestro modo de ver, entender, comprender y proceder.

Cuando la mente se estrella contra la apariencia o barniz de lo contemplado, como su apreciación es muy superficial, se precipita en conclusiones erróneas. No hay una visión lo bastante profunda y amplia, por lo que no reporta un conocimiento fiable y total, sino fragmentado y salpicado de equívocos o zonas ciegas. Nos dejamos arrastrar por esta visión y entendimiento superficiales de nosotros mismos, de los demás y de los acontecimientos existenciales, por lo que obtenemos una «comprensión» muy parcelada y deficiente. Además, una exploración de nosotros mismos, para que sea fecunda, tiene que ir acompañada por un visión aséptica, desprejuiciada, penetrativa y global. Una exploración así requiere mucha energía, intrepidez y perseverancia, para ir viendo y desenmascarando en nosotros mismos muchos aspectos oscuros o desconocidos. La visión superficial y parcial siempre induce a error; no se obtiene una apreciación del conjunto y resulta que, por mirar el árbol, no se ve el bosque. En este sentido, una de las parábolas más extraordinarias y didácticas es la de los ciegos, que gustaba de narrar Buda y que han seguido haciéndolo muchos maestros espirituales hasta la actualidad. Vamos a referir el pasaje budista:

"Cuando los discípulos de Buda le informaron de que había un grupo de eremitas que estaban discutiendo y polemizando sobre imponderables metafísicos y que incluso llegaron a los insultos, convencido cada uno de que sus puntos de vista eran los verdaderos y los demás los falsos, el Maestro dijo:
—Esos disidentes son ciegos que no ven, que desconocen tanto la verdad como la no verdad, tanto lo real como lo no real. Ahora os contaré un suceso de tiempos antiguos. Había un raja que mandó reunir a todos los ciegos que había en Savathi y pidió que les pusieran ante un elefante. Así se hizo. Se instó a los ciegos a que tocasen el elefante. Uno tocó la trompa, otro el colmillo, otro la pata, otro la cabeza, y así sucesivamente. Después el raja se dirigió a los ciegos para preguntarles:
—¿Qué os ha parecido el elefante que habéis tocado?
—Un elefante se parece a un cacharro —contestaron los que habían tocado la cabeza.
—Es como un cesto de aventar —aseguraron los que hubieron palpado la oreja.
—Es una reja de arado —sentenciaron los que habían tocado el colmillo.
—Es un granero —insistieron los que tocaron el cuerpo.
Y así sucesivamente. Y cada uno empeñado en su creencia, comenzaron a discutir y a querellarse entre ellos."

De la ofuscación surge ofuscación y una visión superficial conduce más a la incomprensión y al desconocimiento que a la comprensión y el conocimiento. Hay que ejercitarse con asiduidad para tener una visión más penetrativa, lúcida, desprejuiciada y, por supuesto, más completa y panorámica. La visión superficial nos hace, como dice el adagio, «tomar las raíces por las ramas» y nos impide profundizar en los demás, en los eventos y en nosotros mismos. Se puede ser una persona divertida, con gran sentido del humor, sabiendo relativizar y contemporizar, y no resultar superficial ni parcial, sino bien al contrario.

La superficialidad también puede alcanzar a las palabras, los sentimientos, las relaciones y la personalidad, y así no le permite a la persona profundizar lo suficiente en ningún aspecto, ni siquiera en sí misma o en la senda de su propia realización. La superficialidad es muchas veces una coraza o autodefensa, una burda máscara o un subterfugio, tratando de fingir o disimular hacia los otros o no queriendo mirar en uno mismo por miedo a lo que se pueda encontrar. Se recurre a una habitual ligereza para escapar a veces de aspectos que uno no quiere tomar en serio y puede conducir a una patológica trivialización.

Ramiro Calle, Las zonas oscuras de tu mente

 

 

 

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